Diario de Mallorca

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Ningún hombre es una isla

En un principio iba a escribir sobre el divorcio entre la Unión Europea y el Reino Unido, pero afortunadamente se ha interpuesto en el artículo inicial la presencia siempre enigmática y fascinante de la cantante inglesa, P.J. Harvey, a quien tuve la suerte de ver en directo en Lisboa, junto a mi hija mayor y sus 15 años, en el bellísimo Coliseu dos Recreios. No quiero hablar de separaciones y de cartas solemnes que anuncian divorcios, sobre todo porque quien desea separarse de la Unión Europea no admite la misma regla con Escocia. Theresa May canta a la unidad y a la disgregación, y lo hace sin pestañear, con esa flema que a veces es admirable, pero otras veces es directamente irritante. Bien, pero vayamos a Polly Jean Harvey, que presentó su último disco en Lisboa. Una combinación perfecta, pues amo a ambas: a la ciudad portuguesa y a la cantautora británica. Y, además, las dos son las protagonistas de uno de mis libros. Todo coincidió. Sin embargo, no pude asistir a su recital de poemas en Kosmópolis que, por lo que cuentan, fue magistral y conmovedor, con una dicción cristalina y unos silencios escalofriantes. En el concierto lisboeta, Harvey hizo gala de una sobriedad muy eficaz: el negro riguroso de su atuendo contrastaba con la palidez de su piel. Se mostró muy inglesa, parca y sin grandes concesiones al público. Me enamoró de nuevo. De hecho, su música suele ser la banda sonora en mis viajes y en los trayectos en coche al colegio de mis hijas. Son momentos, éstos, casi sagrados. Tan es así, que mis hijas prefieren que no les pregunte nada. Y ahí vamos los tres inmersos en los temas de Polly Jean, alternados con la impecable banda nacional, León Benavente. Tan sólo el paisaje y la música. Y las palabras, escasas, no sea cosa que rompamos la magia.

Por supuesto, siempre he querido ser el Nick Cave en el videoclip de Henry Lee. Échenle un vistazo y ya me comentarán. Son cuatro minutos de cortejo. Una hermosísima y contenida forma de hacer el amor. El intenso y excitante rodeo a un beso que, por supuesto, dejarán para más tarde, una vez acabada la grabación. Polly Jean puede ser delicada y brutal, cuya fragilidad aparente contiene un poderío que la hace aún más atractiva y misteriosa. Una belleza compleja, nada evidente, que a ratos puede convertirse en retorcida.

No sé qué pensará del Brexit. Sólo sé que ella es muy británica, que ama Inglaterra, aunque en una de sus canciones confiese que su país le deja a veces un regusto amargo. No hay que olvidar que, como comentario personal a la salida del Reino Unido, suele recitar un poema de John Donne titulado No man is an island. "Ningún hombre es una isla, cada hombre es una pieza del continente." Todo un mensaje.

Para resarcirme de mi imperdonable ausencia en el Kosmópolis, tengo a mano el libro que realizaron ambos, P.J. Harvey y Seamus Murphy. Ella, poniendo las palabras, los duros poemas. Él, las imágenes, las fotografías que fue tomando durante los viajes que realizó la pareja a través de Kosovo y Afganistán.

Una vez metidos en el lío y mientras aguardábamos la aparición de la banda, mi hija tuvo la ocurrencia de preguntarme qué haríamos en caso de atentado terrorista. Por supuesto, lo había pensado, pero evité comentárselo. La tranquilicé con un leve apretón de mano y un beso en la cabeza. Sin duda, la masacre de Bataclan estaba muy presente. Mi hija no esperaba tanta gente. De hecho, creía que el concierto tendría lugar en alguna tasca lisboeta y no en un auditorio de tan grandes dimensiones.

A Lisboa la encontré en obras y un poco entregada al turismo, aunque aseguran que el ayuntamiento trata de evitar que la ciudad se venda a los grandes inversores y que los comercios tradicionales se hundan para dar paso a las franquicias de rigor. Ya veremos.

El concierto fue impecable, sin concesiones a la improvisación. En cualquier caso, me gustó la conjunción, la hermosa coincidencia. Nada menos que la musa de mi libro en la ciudad que más quiero. Tras el concierto, caminamos sin prisa sobre las inconfundibles aceras de Lisboa, trabajadas con unas piedras blancas que los calceteiros incrustan en el suelo con una paciencia más que europea, oriental o africana. El Tajo estaba en calma desde el mirador de Santa Catarina, allí donde a altas horas de la noche se reúnen algunos para fumar marihuana, conversar en voz baja y contemplar el estuario que muere en el océano. Iba con mi hija canturreando River Anacostia, uno de los temas que aparecen en el magnífico álbum titulado The Hope Six Demolition Project. Gracias a que los horarios de los portugueses son más sensatos que los nuestros, la hora se me antojó gloriosamente temprana. Portugal es un país en el que casi siempre hay tiempo de sobra. Siempre me he sentido cómodo en el huso horario de este país, el mismo que rige en el país de Polly Jean Harvey. Y por las calles de Lisboa y en compañía de mi hija, yo tampoco me siento una isla, aunque haya nacido en una. Soy más bien un hombre situado en una esquina de Europa, voluntariamente adherido al continente.

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