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Lo que hay que oír

Solicitud de amistad

Me llegan de vez en cuando a Facebook necias solicitudes de amistad con características comunes: (1ª) Las remiten presuntas mujeres de estremecedores nombres: Meliiisa Yenina, Anna Wonderbrason, Pelvissa Papito, cosas así. (2ª) Adjuntan foto de perfil tomada siempre en un estrecho pasillo de estrecha vivienda, en plan selfi o selfie o como diga la RAE. (3ª) Suelen posar, en el apartado "Fotos", al borde de piscinas kilométricas, en floridos jardines o a bordo de amenazantes vehículos a motor, pero tan alejadas que Meliiisa parece Anna y Pelvissa, Meliiisa. (4ª) Se aprecian en ellas unas exuberancias labiales, pectorales, crurales y gluteales apabullantes. (5ª) No progresan adecuadamente en su uso del español, pues sus entradas dicen cosas como "yo mucho necesitas cariño amor" o "espero ti solita yo". (Y 6ª) Todas estas jóvenes afirman contumaces vivir en mi ciudad.

Como hay que cubrir entero el mercado del timo, se encuentran, a poco que se indague, los Andrew Potens, Boddy Arkansas y Rigoualdo Horgasm correspondientes y harto musculados. Bueno, pues nada, como se trata del paso inicial de una estafa, se pulsa "Eliminar" y a otra cosa. Pero un amigo mío en tal red social quiso hacer una broma al respecto y ahí se armó. Reprodujo una foto de unas cuantas solicitudes de amistad como las dichas y escribió: "Hay que ver. Todas viven en mi pueblo y yo sin enterarme". Se armó porque el sentido del humor se ha ido, se ha muerto, feneció, caput.

Así, más de uno le contestó advirtiéndole en los siguientes y rigurosos términos: "Ten cuidado. Se trata de un fraude. Remiten las fotos organizaciones criminales dedicadas al hurto. No aceptes". Pues claro, pues por supuesto, pues desde luego, pues por eso mi amigo facebookiano bromeaba. Pero va a ser necesario en estos tiempos que corren insertar un destacado aviso antes de escribir una chanza: "Ojo, esto es una broma, no lo escribo en serio, estoy ironizando, no se tome al pie de la letra". Parece ser la tendencia de moda el haber postergado o eliminado la refrescante lectura entre líneas, la comprensión del guiño o de la agudeza en el decir.

La contundente pedrada de Jorge Luis Borges cuando se enteró de que cierto preboste caduco había muerto ("Vaya, pues eso sí que ha sido una muerte póstuma"), hoy sería respondida por el estirado de turno: "No, don Jorge Luis, no puede decirse 'muerte póstuma', pues 'póstumo' es lo que ocurre tras la muerte y no se puede morir después de haber muerto", con lo cual acaso Borges se volvería ciego de ira o indignación antes las escasas entendederas ajenas. Es más, ya aguardo la carta de algún improbable lector que me corrija por lo que acabo de escribir: "Yerra usted en su artículo. Borges no podía volverse ciego de ira o indignación porque ya estaba ciego de por sí mismamente".

Se va al bulto, a lo grueso, a forzar que la doble intención graciosa se quede en la primera acepción, la literal. Si un agricultor que acaba de sulfatar pergeña una broma al respecto ("Vengo de echar unos polvos"), la corrección política miope saltará alertada: "Hace mal en emplear esa fórmula, pues los seres vivos autótrofos y fotosintéticos con células de pared compuesta polisacárida no son susceptibles de mantener relaciones sexuales con una sal mineral u orgánica del ácido sulfúrico del modo que designa el vulgarismo 'echar un polvo', expresión, por otra parte, soez y bajuna".

Creo firmemente que tan manifiesto gusto por la literalidad, y la consiguiente pérdida de inteligencia interpretativa que implica, es otro más de los graves efectos colaterales del neoliberalismo analfabeto que nos come el alma y de un sedicente progresismo que no parece atinar a hacer la "o" del hablar enjundioso con el canuto de su paganismo papanatas anglicista. Créanme: hoy el tan sugerente "Quijote" sería un fracaso. O sea, tal y como lo es, al pie de la letra.

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