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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El pasado nunca muere

Quedaron confirmadas las previsiones sobre el resultado de la pugna entre Biel Company y José Ramón Bauzá: el 71,82% para el primero...

Quedaron confirmadas las previsiones sobre el resultado de la pugna entre Biel Company y José Ramón Bauzá: el 71,82% para el primero y el 27,2% para el segundo. Que la participación haya sido solamente del 32% de los afiliados permite dudar de la excelencia de este tipo de proceso electoral. Que con tan escasa participación Bauzá manifieste su satisfacción con el 27,2% de los votos demuestra el poco parentesco de las declaraciones de los políticos con la realidad; nadie se da nunca por derrotado; en este caso, sin paliativos. La elección de Company anuncia el retorno del PP al sesgo regionalista que encarnó Cañellas, supuesto mentor de aquél, aunque se procurara con su ausencia disimular su influencia en los resultados. Company le rinde respeto pero afirma su propia personalidad. Hemos pasado, de un presidente del PP llonguet que se hacía pasar por payés en Bunyola, a lomos de un tractor, a un presidente que se define como payés hijo de payeses que organiza tractoradas de verdad, en Palma, contra los rojos. Es decir, de un palmesano que para conseguir los votos de la part forana se travestía de forà, a un forà que quiere dejar muy claro que defiende los intereses de la part forana. Es la deriva partidaria, también propia del PSIB y de Més, de dar el poder a la clase política ajena a Palma, capital que siempre se ha visto perjudicada en la distribución del gasto público del Consell Insular de Mallorca y de la administración autónoma, gobierne quien gobierne estas instituciones.

No hay ningún motivo para estar esperanzado en la gestión de un hombre que desprestigiaba en las redes sociales a quien le nombró conseller, y con el que compartía gobierno, a través del seudónimo de una cuenta de Facebook a nombre de su mujer. Un desleal, un falso, un hipócrita de libro, de los que te la clavan por la espalda. Si a esto le añadimos su inane gestión en Agricultura y Medio Ambiente en la que se expandió sin frenos la dichosa Xylella Fastidiosa y la documentada falta de control sobre sus propios impulsos, se compone la inquietante imagen de poder ser gobernados por un nuevo populista que, a diferencia de su predecesor, un personaje sin auctoritas, que sólo con la invocación de las estrellas de su generalato podía controlar a los sargentos, se va a imponer por la potestas radicada en sus glándulas testiculares.

El otro espectáculo del fin de semana fue el anunciado anuncio de la candidatura de Susana Díaz a la secretaría general del PSOE. La escenografía fue impactante por la presencia, entre otros, de Felipe González, Alfonso Guerra, Rodríguez Zapatero, Pepe Bono, Abel Caballero, Pérez Rubalcaba, Matilde Fernández, Miguel Sebastián, García Page, Ximo Puig, Javier Lambán, José Blanco, Fernández Vara, Eduardo Madina, Carme Chacón, Elena Valenciano? Es decir, como se ha dicho, además de las 7.000 personas asistentes al acto, las personas que representan el PSOE al 100%. Para ser justos también hay que decir que no estuvieron ni Almunia ni Borrell, que no quisieron. Ni algunos que son también PSOE al 100% pero que quizá no se quiso que estuvieran, como Fernández Villa, Manolo Chaves, José Antonio Griñán, Juan Pedro Hernández Moltó, Narcís Serra, José Barrionuevo, Carlos Solchaga, M. A. Fernández Ordóñez, etc. El peso de los presentes fue apabullante. Se escenificó lo que explicaba el padre Gabilondo en El País: el PSOE contempla como propia encarnadura la candidatura de Díaz y como un cuerpo extraño, un tumor canceroso capaz de destruirle, a Pedro Sánchez; Patxi López sería como el hijo desviado que más pronto que tarde volverá al redil, con Armengol, que las caza volando. Cierto, por encima de las divisiones internas que protagonizaron en el pasado, González y Guerra, Zapatero y Bono, Chacón y Rubalcaba, se han conjurado en torno a Díaz para hacer frente a un enemigo común que amenaza según ellos con romper las señas de identidad de un partido centenario que mantiene un proyecto autónomo inscrito en la tradición socialdemócrata. Susana Díaz no es una chisgarabís de la política por mucho que no haya tenido otra ocupación que la de apparatchik partidaria. Su victoria en Andalucía y la solidez demostrada en la entrevista hecha por Pedro Piqueras en Tele 5, contraponiendo el posicionamiento de respeto democrático de dejar que gobierne el partido más votado si el PSOE no puede formar gobierno, al no es no de Sánchez, avalan, de momento, su candidatura como la más proclive a reducir las incertidumbres que pesan sobre el sistema político. Pero lo que la rodea, desde la hilarante Verónica Pérez, "la única autoridad que existe en el PSOE es la presidenta de la Mesa del comité federal, que soy yo, les guste o no" hasta la telonera del acto de Madrid, Estela Goikoetxea, que ha tenido que dimitir como directora del Observatorio de Salud pública de Cantabria por haber pergeñado su currículum con una falsa licenciatura en Biotecnología, destila burocracia, fantasmagoría y escaso fuste. Del PSOE, estos últimos meses, quien ha sorprendido a propios y extraños, ha sido la figura de Javier Fernández, como una isla de temple y sentido común, como alguien con quien es muy difícil estar en desacuerdo. El mejor candidato a secretario general, al desván de los trastos.

Faulkner afirmaba que el pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado. De hecho, lo confirmaría la candidatura de Díaz, con la presencia del santoral socialista. La cuestión, al enjuiciar su candidatura como la que se identifica con la historia del PSOE, el PSOE de siempre, el PSOE al 100%, es precisamente la crisis de la tradición política en la que se inscribe, la socialdemocracia. El mejor período socialdemócrata en Europa fue la posguerra, a partir de los años sesenta, cuando el crecimiento económico hizo posible el Estado del bienestar. El colapso del comunismo y de la Unión Soviética, dejando a la democracia liberal como único modelo perseguible significó el fin de las ideologías como escatologías redentoras. El capitalismo impuso la globalización a las democracias liberales no para incrementar el nivel del vida de los países subdesarrollados, sino para multiplicar sus beneficios incorporando mano de obra barata o esclava en países sin libertades políticas y sindicales. Así, se provocó la competencia desleal y la deslocalización de empresas que han facilitado el camino a Trump y demás populismos. El drama para la socialdemocracia y el PSOE es que la corriente de la vida no es un progresar continuo entre lo global y lo personal, sino avances y retrocesos, dudas y errores. Si el PSOE al 100% fue incapaz de gestionar adecuadamente ni la crisis económica (ni siquiera la admitió) ni la globalización, ni la crisis territorial, ni el conflicto lingüístico, ni acabar con la corrupción ¿por qué sería capaz de hacerlo con Díaz? De Sánchez, ni hablemos. Podemos y Ciudadanos han venido para quedarse y nadie puede aventurar cómo va a acabar la crisis del sistema político en el que sus pilares, el PSOE y el PP, han colonizado el Estado (lo del Tribunal de Cuentas y el crowfunding de Sánchez es de risa), funcionan como gigantescas oficinas de colocación, su acción política ha sido clientelar, dilapidadora, incompetente y ruinosa; la ideología es el disfraz de muchos de los suyos que viven de la política cuando no de la corrupción; y obtienen sus votos principalmente de los mayores de cincuenta años, lo que compromete seriamente su futuro. Pero una cosa es el pasado y otra una organización del pasado. Nada es eterno. Ni siquiera el PSOE al 100%.

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