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José María de Loma

Felón no marques las horas

Cambiaron la hora. Si está usted estos días ligeramente aturdido no es porque viera una de estas noches una tertulia política o se tragara un documental sobre el decisivo concurso de los marcianos para ganar la I Guerra Mundial. No.

No sólo cambia el reloj. También cambia el felón. Quién antes te traicionaba a las tres, ahora lo hace a las dos. Una hora. No vamos a largarnos un discurso sobre el hecho de que adelantar una hora el reloj supone perder una hora de nuestras vidas y bla, bla, bla. No, porque entonces tendríamos que hacer uno a la inversa cuando volvieran a cambiar la hora, allá por el otoño, y francamente, no está uno como para andar atrasando y adelantando los artículos o haciéndolos bailar argumentalmente al son de un capricho. Porque el cambio de hora es eso, un capricho.

En concreto, de un señor muy caprichoso que lo mismo le daba por fusilar al que discrepaba con él que por comer empanada. Como era amigo de Hitler, tal vez el más serio aspirante al título de ser humano más abyecto que haya existido, nos cambió la hora para que los relojes de los españolitos marcaran siempre la hora de Berlín, que es un sitio donde ahora hay muy buenos cabarets y pasteles, amén de señoriales avenidas, pero que por aquel entonces era la arquitectónicamente esplendorosa capital del III Reich. Terminó la guerra, se suicidó Hitler (¿o está en Brasil con Elvis protegido por alienígenas?), pasó el franquismo (represión, el Nodo, Cifesa, Sofico, represión, La colmena, el Seiscientos, 25 años de paz, represión, Mariano Medina, López Rodó, el UHF, represión, etc.) y cambiaron muchas cosas, aunque no cambió la hora ni mucha gente que nos gobernaba. Y aquí seguimos, con la hora y el paso cambiado. Algunos son partidarios de que no haga sol casi a las diez de la noche en junio, pues no hay quién se acueste y los chaveas no se quieren ir de la playa y las tardes se pueden hacer muy largas si se carece de entretenimiento, ya sea la coyunda, la lectura o el visionado de series en fragmentos de cincuenta minutos el que mejor nos haga pasar el tiempo.

Otros creen que debemos acompasarnos a Europa y nos quieren levantar a las cinco para comer a las doce, cenar a las seis y que a las siete de la tarde como mucho se haga de noche. Uno participa de la opinión (ampliamene extendida también incluso en las regiones con pulsiones secesionistas, que creen por eso ser más europeas) de que tal ritmo vital bien pudiera ser definido como un triste coñazo difícilmente sufrible, que puede conllevar mayor afición al mollate embotellado, al suicidio y las separaciones. Sin olvidar el gasto en luz y antidepresivos.

Tampoco somos partidarios de dejar las cosas como están, dado que a nuestro gusto en noviembre se hace de noche muy pronto y en julio muy tarde. Pero eso debe ser por nuestro natural carácter rebelde, dado que a veces se nos hace de noche sin saber cómo y sin tener muy claro en qué hemos aprovechado el día. Mejor, no marques las horas, felón.

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