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Antonio Papell

El cierre de filas socialista

Cuando está en duda la socialdemocracia, cuando el PSOE tiene que competir en el mismo espacio con Podemos, la llamada a rebato ha surtido efecto

Ha sido llamativo ver cómo toda la vieja guardia socialista se ha apiñado en torno a Susana Díaz en un rapto de patriotismo de partido y para defender las viejas esencias supuestamente representadas por Susana Díaz, “PSOE al 100%” y a quien el PSOE “le sale por los poros de la piel”. Había, en fin, en esta cerrada complicidad un cierto aire de familia, una proximidad doméstica y primaria, que forzó a la candidata, en vísperas de su anuncio a los cuatro vientos, a ir primero a su agrupación socialista, “su otra casa”, a anticipar su decisión.

Susana Díaz, en las Juventudes Socialistas desde los 17 años, siempre ha estado en política. No ha hecho otra cosa y ha exhibido -hay que reconocérselo- una inteligencia natural que le ha permitido imponerse por derecho propio en su jurisdicción. Ha alcanzado en las urnas la presidencia de Andalucía y, finalmente, ha decidido aspirar al máximo, la secretaría general de su partido y lógicamente la presidencia del Gobierno cuando toque. Su liderazgo -lo ha dicho un conspicuo periodista catalán- es “rudo y vertical”. Se basa en el carisma y el ímpetu. Pero sobre todo en el espíritu de clan: cuando está en duda la socialdemocracia en todas partes, cuando el PSOE tiene que competir en el mismo espacio con los advenedizos de Podemos, la llamada a rebato para cerrar filas ha surtido efecto.

Máxime cuando se ha visto que Pedro Sánchez no forma parte del clan, no se siente tan íntimamente identificado con sus ancestros... e incluso se ha atrevido a enmendar la plana a sus mayores: le pareció mal la humillante reforma del artículo 135 de la Constitución que hizo Zapatero en momento de insoportable apremio europeo y no ha atendido el requerimiento -evidentemente opinable- de que su obligación era permitir a la formación más votada hacerse cargo del Gobierno de la nación, como quería González con un interés poco comprensible.

En otras palabras, Sánchez era/es más político que sentimental, su entronque sanguíneo con la “familia socialista” es dudosa y sus propuestas, se aplaudan o no, tienen un calado propio, hacen definiciones, eluden la ambigüedad. Frente a él, la cúpula del partido ha preferido la víscera. Nadie sabe qué dice la ponencia que Eduardo Madina ha escrito a la medida de Susana Díaz; sí en cambio es relevante la actitud programática de Sánchez, porque constituye una toma de posición objetiva. En la intervención de Susana Díaz de este domingo no hubo ni siquiera el escorzo de un programa; lo único claro que se desprendió de ella es que no va a intentar jamás una solución a la portuguesa porque “a la izquierda del PSOE no hay otra izquierda transformadora”. La evidencia se niega, simplemente, sobre todo si se quiere llegar a la conclusión de que la fórmula buena es la alemana, la gestión a cuatro manos del neoliberalismo, con pequeños signos distintivos de cada parte que mantengan viva la ilusión de que el pluralismo no se ha extinguido. Schulz ha recibido en Sarre la clara respuesta de los alemanes a esta opción.

En cualquier caso, el “prietas las filas” de la cúpula socialista encierra un gran riesgo porque, ¿qué ocurrirá si, como las encuestas reiteran machaconamente, Pedro Sánchez gana las primarias? Y ¿qué ocurrirá en el supuesto de que, aun sin ganar, obtenga cerca de la mitad de los votos? Porque la militancia siente una gran indignación hacia el “aparato” de Ferraz, que, comandado por los barones territoriales, dio el golpe de mano del primero de octubre. Si se le ha excluido de manera ostensible, se le ha despreciado el público, se le ha arrojado tácitamente a las tinieblas exteriores, no sería extraño en absoluto que el líder despechado cediera al requerimiento de construir una opción genuina de izquierda socialista. Enric Juliana lo ha dicho con claridad: “El oficialismo se la juega” en este envite.

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