Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Antonio Papell

Susana Díaz en campaña

La presentación, medida y lucida, culminaba así el golpe de mano interno del primero de octubre pasado, cuando Pedro Sánchez fue obligado a dimitir

Después de algunas dudas sobre la idoneidad de personaje, la vieja guardia socialista -González, Zapatero, Rubalcaba, Guerra, Chacón, Bono- acabaron secundando el domingo el arriesgado lanzamiento de la candidatura de Susana Díaz a la secretaría general del PSOE.

La presentación, medida y lucida, culminaba así el golpe de mano interno del primero de octubre pasado, cuando Pedro Sánchez fue obligado a dimitir tras la movilización impulsada por la propia Díaz, seguramente en connivencia con Felipe González. Como se recordará, el expresidente puso días antes en el disparadero a Pedro Sánchez al acusarle de deslealtad por no haber obedecido la consigna de facilitar la gobernabilidad mediante la abstención en la investidura de Rajoy. Sin embargo, tras el golpe de mano surgieron dudas sobre la conveniencia de embarcar a la lideresa andaluza en una competición en la que se pondrían de manifiesto sus flaquezas y no tenía asegurada la victoria: Díaz, con su discurso particularista, adaptado a las peculiaridades andaluzas, tiene escasa audiencia en determinadas regiones, y ninguna en Cataluña. Además, Díaz, un apparatchik sin otra preparación, no parece la persona idónea para promover una modernización y un rejuvenecimiento del partido. Finalmente, el socialismo andaluz, que aún mantiene tics intervencionistas y clientelistas y que ha sido incapaz en cuarenta años de sacar a la región de la cola de España, no parece el modelo de socialdemocracia más exportable en momentos como los actuales en que el centro-izquierda europeo está desconcertado y en busca de una nueva identidad.

En realidad, la decisión equivocada fue la defenestración con malas artes de Pedro Sánchez porque enrareció el verdadero debate de fondo, lo volvió irresoluble y lo personalizó, de manera que hoy el conflicto aparece como un enconado dilema entre la derecha y la izquierda, entre el modelo alemán (la gran coalición) y el portugués (que, por cierto, no se ha mencionado en toda la trayectoria de la gestora).

El golpe de mano del primero de octubre fue -conviene recordarlo- la consecuencia de una conspiración. Aquella cuartelada dividió el partido y fijó el problema en los términos en que todavía se mantiene. Así las cosas, la pugna tiene que ser inevitablemente cruenta porque la pésima gestión de la crisis hizo del problema un conflicto, que ahora tiene padres: a un lado está el aparato, el establishment, la cúpula, los cuadros, el comité territorial, los barones. Y al otro lado, la militancia, muy desvinculada de los señuelos históricos, molesta por la perturbación introducida desde arriba y dispuesta a lo que parece a hacer valer sus criterios.

Es bien audible el silbido de los cuchillos en todos los actos públicos de este PSOE precongresual, a causa, seguramente, de que las facciones son el fruto de una confrontación y no han sido establecidas a partir de discrepancias ideológicas. Cuando las organizaciones se saltan los principios democráticos y provocan cambios traumáticos al margen de las reglas, los usos y las costumbres, las fracturas tardan mucho tiempo en soldarse, cuando se sueldan. De ahí que haya serias dudas -como por otra parte ya han expresado algunos partidarios de Patxi López- sobre la posibilidad de mantener la unidad del partido tras las primarias, tanto si gana Susana Díaz como si lo hace Pedro Sánchez. Se ha derramado demasiada sangre virtual para pretender que el desenlace del conflicto sea por completo incruento. Y la unidad del centro-izquierda no es un dogma inmutable, como se está viendo estos días en Francia.

El PSOE tiene además otro problema de gobernanza, que puede dificultar un consenso superador de las diferencias: la excesiva territorialización, que lo ha puesto en manos de pequeños caudillos, que dan preferencia a su interés sobre el del conjunto. Con este panorama, el futuro del PSOE se ha vuelto inquietante.

Compartir el artículo

stats