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Crónicas precarias

Fascismo 'cool'

De todas las modas estúpidas que el siglo XXI nos está dejando en la puerta igual que un gato deja cucarachas muertas, mi preferida es la de blanquear la nueva ola de fascismo que lleva una temporada enseñando las orejas por el panorama político y social. Lo hemos visto en Estados Unidos con la fascinación festivalera por la alt-right, una forma cool de llamar a la extrema derecha de toda la vida. Y lo estamos viendo en Europa con el empeño por considerar simplemente "populistas" (saco de arpillera donde cabe prácticamente todo) y excéntricos a líderes como Wilders o Marine Le Pen. La posverdad y sus simpáticas idiosincrasias.

No es que yo quiera hacer spoilers, pero eso de creer que los racistas supurantes de odio no son más que gente algo extravagante y locuela ya lo hicimos hace unas ocho décadas y no es que el asunto acabara demasiado bien. Volvamos a tropezar con la misma piedra, ¡claro que sí, guapi!

A base de normalizar sus mensajes, este nuevo fascismo de aspecto fresco y desacomplejado va ganando adeptos, logra legitimarse como una postura ideológica más y comienza a calar en las instituciones. Si es que está todo inventado. Poco a poco asimilamos su agenda y empezamos a escuchar que quizás esgriman argumentos algo exagerados, pero que tampoco es para tanto. Ya sabéis toda las opiniones son respetables y tal. Si yo considero que eres un ser inferior y deberías morir apaleado en un parque por tu nacionalidad, tu raza, tu orientación sexual o tu religión, es mi opinión y tienes que respetarla.

Así es como una Europa paralizada por el miedo se va abrazando a los postulados de la xenofobia, hace suyo ese discurso violento contra las minorías y lo disfraza de firmeza, estabilidad y mano dura. Una Europa condescendiente, soberbia y abonada al racismo. Una Europa encantada de haberse conocido, ombligo de un mundo que no existe. La misma que dejó morir ahogado a un joven de Gambia en los canales de Venecia. La Europa de los CIE, la Europa fortaleza. El nuevo auge de la extrema derecha pasada por el tamiz de la frivolidad nos facilita dar rienda suelta a las bajas pasiones, nos permite revolcarnos plácidamente en nuestros prejuicios cual cerdo en cochiquera y culpar a los inmigrantes, los refugiados o los musulmanes de todos nuestros males. Es un clásico, las grandes crisis siempre requieren de un chivo expiatorio, un "otro" difuso, impreciso y deshumanizado. Y cuanto más distinto sea a nosotros, cuanto más vulnerable resulte su posición, muchísimo mejor.

Total, que ahí estábamos, regodeándonos en nuestra autocomplacencia cuando va el presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, y comenta que los países del sur de Europa pedimos ayuda después de habernos gastado todo el dinero "en licor y mujeres ". Y claro, nos ofendemos y exigimos disculpas ante semejante falta de respeto. Porque este señor -el mismo que se empeñó en empujar a Grecia por el barranco de la austeridad- nos insulta y estigmatiza con sus burdas generalizaciones y su xenofobia desatada. Ser la otredad escuece muchísimo, ¿a que sí? Especialmente si tenemos en cuenta que nosotros somos gente trabajadora y generosa, no como esos extranjeros vagos y aprovechados que vienen aquí a quitarnos los empleos, quedarse con nuestras becas y hacerse radiografías gratis.

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