Me impactó la imagen dada en el Congreso de los Diputados a cuenta de la derrota sufrida por el Gobierno de Rajoy, al rechazar la Cámara el decreto ley que pretendía regular la actividad de los estibadores y así dar cumplimiento a la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) del 11 de diciembre del 2014.

Sí, me impactó ver cómo los antaño falangistas y excombatientes de la División Azul, brazo en alto, se habían convertido, o al menos sus herederos, en radicales activistas comunistas y anarquistas, eso sí, con buen sueldo. Puño en alto celebraban la derrota de Rajoy. No faltó el aplauso de los palmeros que liderados por su capataz, Pablo Iglesias, tomaron esta derrota como símbolo del triunfo "de la libertad, la igualdad y la justicia". Sí, palmeros que no tienen ningún inconveniente en defender las "ejemplares democracias de Venezuela e Irán entre otras".

Pero vayamos por partes y hagamos un breve repaso a esta "casta privilegiada", como les llaman algunos. Todo empieza después de la Segunda Guerra Mundial, año 1944. Franco premia al León de Fuengirola, Girón de Velasco, nombrándole ministro de Trabajo. En estos años los puertos españoles estaban carentes de mano de obra para atender la poca actividad portuaria de carga y descarga. El León de Fuengirola vio la oportunidad para premiar a Falangistas y excombatientes de la División Azul que lucharon contra "los rojos de Rusia". Así nace la OTP (Organización de Trabajadores Portuarios), organización que va a depender directamente de obras de puerto, con estatuto propio y privilegios blindados. Es así como ni una sola plaza puede proveerse, ya sea por ampliación o jubilación, sin que los estibadores intervengan.

Tal como explica A. Bindes: "Los trabajadores fueron conscientes del poder que la ley de puertos les deparaba y constituyeron el sindicato y la coordinadora, abrumadoramente mayoritario en el sector". Y es que a medida que las pequeñas empresas portuarias se van convirtiendo en grandes compañías, la OTP se transforma en "sociedad de estibas", constituida en cada lugar de actividad, dando origen al sindicato y la coordinadora.

Esta es la historia y no otra "del brazo en alto al puño cerrado". Todo para conservar los privilegios de un sector -otros lo llaman casta- impenetrable para el resto de los mortales y que cobran una media de setenta mil euros (70.000 euros) anuales, siendo sus puestos prácticamente vitalicios y hereditarios, o bien de sangre o de parentesco.

Mientras eso ocurre, y gracias a la oposición por una parte y al cálculo electoral del Gobierno del PP en el 2014 por otra, los españoles de a pie ya hemos pagado veintiún millones de euros (21 millones de euros) en multas, en el ejercicio 2016, y ahora la broma nos cuesta 131.000 euros diarios. Lo dicho: "del brazo en alto al puño cerrado" y tiro porque me toca.