Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Conversos

En tiempos de laicismo y relativismo moral hay muy pocas conversiones, y de hecho la palabra conversión casi ha desaparecido por completo de nuestro vocabulario. Muchos recordamos aún las lecturas edificantes que nos contaban una “crisis espiritual” que había desembocado en una conversión al cristianismo, pero dudo mucho que los niños actuales (incluso los que van a colegios religiosos) tengan una idea firme de lo que pueda ser una “crisis espiritual”. De hecho, la religión ha ido desvaneciéndose poco a poco de nuestro mundo, y es muy curioso que se la critique tanto -y con tanta furia- porque en realidad tiene cada vez menos poder y menos influencia y menos seguidores. Si alguien se atreve a decir en una conversación que es cristiano, es muy probable que tenga que decirlo en voz muy baja y bajando la vista medio avergonzado, porque ya se va anticipando a la burla o al menos a la sorpresa incrédula de los demás. Lo normal, en una conversación, es anunciar con gran solemnidad que uno se ha hecho vegano o naturista o budista, y sobre todo animalista, que parece ser la variante religiosa de moda en estos tiempos (en este caso estoy seguro que se oyen muchos aplausos al oír la buena nueva).

Lo que casi nunca oímos decir en una conversación o en una cena con amigos es que alguien se ha convertido a una fe religiosa. O más raro aún, que alguien ha recuperado la fe que tenía -la fe en la que fue educado- y que luego perdió y a la que ahora ha vuelto. Esto último, se mire como se mire, ocurre muy pocas veces. Hay excepciones, claro está, pero no son muy abundantes, salvo en el caso de los cristianos evangélicos, que van ganando adeptos cada día, aunque suelen reclutarlos entre los católicos o entre miembros de otras confesiones cristianas.

En cambio, hay una fe que va ganando adeptos que proceden de todas las confesiones religiosas, y esa fe es la islámica. Incluso feministas europeas que deberían desconfiar por completo de una fe que tiene muy poco de feminista se están convirtiendo al Islam y crean sus grupos de feministas islámicas, que se ponen muy orgullosas el velo porque ellas son dueñas de sus actos y han decidido “empoderarse” así (sea lo que sea eso del “empoderamiento”). Y lo mismo podría decirse de otros muchos conversos recientes, gente que en un principio no parecía tener ningún interés por la religión hasta que un buen día decidieron convertirse. En algunos casos estos conversos adoptan alguna de las versiones más espirituales del Islam, como el sufismo -es el caso del músico Richard Thompson-, pero en otros casos se elige la versión más rigorista e intransigente de todas, la wahabita que procede de Arabia Saudí. Y muchos combatientes del Daesh en Siria y en Irak resultan ser occidentales -franceses, canadienses, británicos- que han crecido en familias cristianas, o al menos de tradición cristiana, pero que han sufrido un rechazo absoluto hacia las tradiciones y el modo de vida de sus padres, hasta que han acabado convirtiéndose a la versión más rigorista del Islam y luego se han ido a combatir contra los infieles.

En Estados Unidos y en Latinoamérica, las sectas evangélicas que representan la versión más rigorista del cristianismo están ganando seguidores día a día. Pero en Europa no ocurre así, porque las conversiones suelen ir más bien en la dirección del Islam. ¿Por qué? Ante todo, hay que tener en cuenta que la desaparición de la experiencia religiosa ha dejado un pavoroso vacío espiritual. Ese vacío puede llenarse con tarjetas de crédito y teléfonos inteligentes, pero a la larga tendrá que ser ocupado por algo porque el ser humano no puedo vivir desprovisto de cualquier experiencia relacionada con lo trascendente. Y ahí es donde aparece la fe islámica y el hechizo que ejerce entre mucha gente que en principio parece ajena a la religión. Desde hace años, el cristianismo se asocia en Europa con una fe vieja y corrupta que está asociada al poder político y económico. Y encima, esa fe duda demasiado de sí misma y ni siquiera parece tener la fuerza suficiente para imponer sus propios dogmas. En cambio, el Islam es una religión joven que viene cargada de fuerza. Y sobre todo, el Islam ofrece un código ético que te reglamenta por completo la vida. El cristianismo, en cambio, se ha vuelto laxo, vacilante, incluso escéptico. El mejor cristianismo apela a la razón, pero nadie quiere ya dejarse guiar por la razón si se puede dejar guiar por las emociones incontroladas. Y el Islam ofrece un último atractivo: a ojos de muchos europeos, es la religión de la revuelta, de los pobres, de los humillados, de los perseguidos, igual que lo fue el cristianismo de los primeros tiempos. Suyos son la rabia y el odio, suyos son los deseos de imponer un mundo puro y mejor. El autor del atentado del puente de Westminster, en Londres, era un converso.

Compartir el artículo

stats