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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Todo eso que no es fútbol

Los episodios de violencia alrededor del deporte rey se suceden, mientras sus acérrimos se limitan a considerarlos hechos aislados. Los valores elevados que se le suponen al fútbol tienen más defensores teóricos que auténticos practicantes.

¡Eso no es fútbol! Con esta sentencia se suelen despachar y aparcar los sucesivos episodios entre tristes, terroríficos y sonrojantes que acontecen dentro y en los alrededores del terreno de juego del deporte rey. Una estrella multilaureada y millonaria se agarra el paquete y le hace un tanto a la afición contraria tras marcar un gol. ¡Eso no es fútbol! Un jugador sale del campo tras recibir el impacto de un objeto lanzado por el público. ¡Eso no es fútbol! Los hinchas de uno muelen a palos a los hinchas de otro. ¡Eso no es fútbol! Un entrenador insulta a la prensa cuando no le gustan las preguntas que se le formulan después de una derrota. ¡Eso no es fútbol! Un árbitro abiertamente gay está bajo protección policial debido a las amenazas de muerte que ha recibido desde las gradas y por internet solo por su condición sexual. ¡Eso no es fútbol! Grandes figuras con nóminas delirantes desfilan con asiduidad por los pasillos de los juzgados acusados de defraudar al fisco. ¡Eso no es fútbol! Pues no se hable más.

El fútbol será otra cosa, poesía sobre el césped y armonía en los fondos norte y sur. Empieza a haber demasiadas cosas feas que no son fútbol pero proceden del fútbol, así que no me ha extrañado que, tras el lamentable suceso de la tangana del Día del Padre en el encuentro de infantiles entre el Alaró y el Collerense, muchos se hayan aliviado diciendo que, efectivamente, eso no es fútbol. El deporte de masas, caballeroso y deslumbrante que aglutina todos los valores que merece la pena defender no puede tener que ver con señores que se pegan puñetazos y se tiran de los pelos ante sus espantados hijos de doce años. Ni con personas que insultan al entrenador por no dejar en el banquillo a los pequeños que no juegan bien, o al árbitro que les pita en contra. Va a hacer falta un ojo de águila para distinguir entre el auténtico fútbol y esa rabia que transforma a los minúsculos jugadores en seres competitivos sin escrúpulos y a sus progenitores en personas desquiciadas capaces de tanta violencia por un marcador que en realidad no va a ninguna parte. Alguien nos tendrá que explicar a los que no sabemos discernir los arcanos del fútbol por qué todo este tipo de situaciones iracundas y espantosas se concentran en éste y no en otros deportes.

El fútbol es, por ende, un agujero negro en lo que respecta al respeto a las mujeres. Hace un par de meses, una chusma ultra aprovechó el partido que enfrentaba a Osasuna con el Sevilla para colgar una pancarta de apoyo a uno de los acusados de la violación en grupo a una joven durante los sanfermines. Las gradas del Betis le cantaron a su delantero juzgado por violencia machista "Rubén Castro, alé, no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien"; el club deploró este comportamiento, pero recurrió las sanciones que se le impusieron. El futbolista vasco Paul Abasolo es el primer primer condenado por abusos sexuales que fue indultado por el Gobierno español, por lo que eludió la pena de cárcel, ha podido continuar con su carrera y milita en el Portugalete de tercera división, pese al gran rechazo social que concitó su fichaje. Todos los miramientos del mundo demostró también el Atlético de Madrid con Lucas Hernández, condenado junto a su novia por violencia en el ámbito del hogar, y al que cuando iba camino del juzgado seguía un hincha con un cartel de 'Stop feminazi'. Desde luego que eso no es fútbol: nada que ver con la pasión, afán de superación ni con el juego limpio que engancha a millones de seres en todo el mundo, más en teoría que en la práctica.

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