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Alcohol y tabaco

La sociedad española, gracias a iniciativas encomiables como la ley antitabaco de Elena Salgado en 2005, ha conseguido dar con éxito la batalla sanitaria al tabaco, cuyo consumo ha descendido ostensiblemente con creciente consenso social, lo que ha reportado una mejora objetiva de la salud colectiva que el sistema sanitario ha reconocido sin ambages. Ya nadie fuma en lugares públicos, los jóvenes tienen menos ocasiones de aficionarse al tabaco y existe una criminalización de este hábito, cuyos frutos placenteros no compensan los problemas que causa.

El alcohol, en cambio, continúa en boga y en ascenso. Pese a que una bien intencionada publicidad nos advierte a diario de lo peligroso que resulta que cientos de miles de jóvenes se emborrachen sistemáticamente al menos una vez a la semana, y aunque sepamos que más de la mitad de las muertes en accidentes de tráfico está asociada al alcohol, no existe conciencia del peligro, y las bebidas alcohólicas gozan de gran prestigio social e incluso intelectual, puesto que se asocian, no siempre con razón ni con acierto, a la gastronomía.

No se trata de proscribir arbitrariamente, ni mucho menos de atacar la respetable cultura del vino, tan apreciable e incluso saludable si se desarrolla en sus justos términos, pero sí habría que acotar y reconducir el problema del alcoholismo en lo que tiene de patológico y letal.

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