Si con la abolición del Antiguo Régimen a finales del s. XVIII, el capitalismo fue sustituyendo al feudalismo en el plano económico y el absolutismo fue reemplazado, en el plano político, por la democracia liberal inspirada en los principios de la Ilustración y la separación de los tres poderes, es lícito preguntarse por el sistema político que acompañará a la nueva economía digital basada en la gestión inteligente de datos: ¿una democracia vertebrada por unos partidos políticos escasamente representativos, endogámicos, desprestigiados, cuando no claramente corruptos? ¿hasta cuándo las nuevas estructuras de la economía smart soportarán la convivencia con un sistema político decimonónico y una sociedad partida por la brecha digital?

La democracia actual no tan sólo no garantiza la elección de los mejores, sino que incluso fomenta mediante el uso (mal uso) del bigdata la elección de personas que ponen en riesgo la estabilidad social y la supervivencia misma de los principios democráticos.

Un modelo de desarrollo económico marcado por la inteligencia tecnológica en algún momento deberá tener su correspondencia política en un modelo a la altura de las complejas exigencias de la nueva sociedad y capaz de adaptarse a los nuevos retos, tal como sucedió en el s. XVIII.

¿Será la noocracia (el gobierno de la inteligencia) la evolución natural de la democracia (el gobierno del pueblo)? ¿Estamos ya transitando de la democracia a la noocracia? Y por último ¿será un parto doloroso? La historia, por desgracia, enseña que suele ser así, pero el proceso hacia la modernidad que empezó con la aparición de la imprenta presumiblemente se acelere con Internet.