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Matías Vallés

La condena absuelve a Artur Mas

En vísperas de la combustión de los nacionalistas en el altar de los sobornos del Palau, la intromisión de una condena testimonial sobre un referéndum se convierte en una coartada para el expresident

La condena del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña a dos años de inhabilitación, por llevar a cabo un referéndum ilegal, absuelve a Artur Mas de la más que previsible sentencia contra CiU por corrupción en el caso Palau. Nada menos que Napoleón, aconsejaba no molestar al enemigo cuando se está autodestruyendo. En vísperas de la combustión de los nacionalistas en el altar de los sobornos comprensibles en cualquier idioma, la intromisión de un fallo relativo a una votación registrada sin incidentes se convierte en una excelente coartada para los convergentes. Si además resulta que los partidarios del castigo, situados en su mayoría fuera de Cataluña, consideran insatisfactoria la reprimenda, cuesta encontrarle sentido social a la resolución. Solo hay algo peor que fabricar independentistas, y es fabricar simultáneamente independentistas y anticatalanistas.

El primer efecto de la sentencia contra los tres organizadores del referéndum del 9N de 2014 ha consistido en agitar el avispero, en alentar un discurso victimista y patriotero. Ha auxiliado a un Artur Mas acuciado por la corrupción económica. El resultado contraproducente se alcanza desde un comportamiento irreprochable de los funcionarios implicados. Los hechos y el encaje penal admiten escasas dudas, ya se ve que los ortodoxos deseaban un desenlace más sangriento. El proceso equivale a preparar un helado con una receta impecable, para introducir el producto final en el horno.

El Gobierno puede fingir que no ha influido en una condena forzada, y que puede atacarse desde vectores democráticos. Sin embargo, un fiscal general prefirió dimitir a seguir las órdenes de La Moncloa. Según reconoce la propia sentencia, la junta de fiscales del Tribunal Superior catalán tampoco hallaba cimientos para sustentar la acusación. Claro que en estos casos siempre se puede contar con Manos Limpias.

Resulta curioso que el sindicato de ultraderecha acumule descalificaciones sin número cuando actúa contra la Infanta, pero se convierta en paladín de la democracia al revolverse contra el independentismo catalán. Se atribuye a Manos Limpias una maldad selectiva, en vez de alarmarse por su peligrosa conjunción con los sindicatos policiales que compartían la acusación popular.

Deslegitimado en el caso Nóos, el engendro de Manos Limpias adquiere un fulgor tan democrático en Cataluña que el tribunal se desentiende en el castigo a Mas de la pena más suave solicitada por la fiscalía, para ampliarla atendiendo a la acusación popular que también demandaba cárcel para Cristina de Borbón. De nuevo, o su criterio era incalificable de antemano, o digno de consideración en ambos procesos.

Un ministro también podría cometer el delito de desobediencia grave que condena a Artur Mas. Sin embargo, no existe ni un precedente de que un miembro del gabinete se haya sentado en el banquillo por esta causa. Ningún otro presidente autonómico, y los ha habido proverbialmente levantiscos, ha sufrido condena por desobedecer una orden superior. Por tanto, existían caminos para que el desacuerdo no se sustanciara por la vía penal. No fueron explorados.

En el momento más inoportuno, hasta el presidente del Constitucional y antiguo militante del PP ha declarado que al tribunal no le corresponde resolver el conflicto político entre Cataluña y España. O entre Generalitat y Moncloa, para mayor precisión. Dado que las resoluciones de la citada instancia son capitales para condenar a Mas, se concluye que el Superior catalán ha mediado penalmente en una cuestión límite.

En cuanto la banda de Millet y Montull reciba las condenas que ha pactado con la fiscalía, Artur Mas podrá erigirse de nuevo en mártir violentado por sus convicciones políticas. Sostendrá que, visto un tribunal español, vistos todos, un argumento preventivo que ya ha esgrimido para desautorizar su recurso ante el Supremo. La condena testimonial por desobediencia funciona como una fenomenal cortina de humo.

Hay otros argumentos para disociar a Mas de la corrupción de CiU, pero el expresident no puede apuntarlos porque pecan de cinismo. En resumen, si Rajoy no es responsable de Bárcenas, de quien cobraba dinero en negro según numerosa anotaciones, por qué Artur Mas debe acompañar en el descrédito a su tesorero.

¿Se ha hecho justicia con los organizadores del 9N? Sí, del mismo modo en que también se hace medicina al recolocar la articulación dislocada de un enfermo, que mientras tanto se desangra por la aorta.

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