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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La decadencia del PSOE

La guerra por el liderazgo del PSOE, que se resolverá en unas primarias, está ya abierta con tres candidatos: Pedro Sánchez, Patxi López y Susana Díaz, un trío de mediocres

Hace unos días se conocía que Susana Díaz anunciaría su candidatura a la secretaría general del PSOE. Sus hagiógrafos no han dejado de remarcar la sabiduría de la candidata en la elección de los tiempos. En este caso determinada porque el anuncio va a realizarse con posterioridad a la presentación de la ponencia política del congreso por Eduardo Madina el próximo 25 de marzo. Díaz ha mantenido siempre que había que definir primero el proyecto y luego hablar de nombres. Están envueltos en las contradicciones de asumir las primarias para escoger el liderazgo al mismo tiempo que se sigue manteniendo la competencia para decidir la línea política en un congreso formado por compromisarios. Es la vía directa para caer en un conflicto de legitimidades entre el resultado de una elección consistente en un afiliado, un voto, y la decisión adoptada en un congreso deliberativo sobre la tarea que el líder va a tener ante sí. Y que más adelante, si también hay primarias para la designación del candidato a presidente, también puede conducir, como en el pasado, a una bicefalia desestabilizadora. Lo he repetido muchas veces, las primarias son una concesión demagógica en un sistema electoral proporcional basado en las listas que confeccionan los partidos; forman parte de un sistema electoral mayoritario de circunscripción uninominal, como el de EE.UU., en el que son los ciudadanos los que eligen sucesivamente a los candidatos a presidente y al presidente. En el sistema electoral español, basado en los partidos y no en los ciudadanos, son una medida desestabilizadora. Por supuesto que, dada la degeneración en España de la representación política, habría que reclamar primarias y un sistema electoral que las incluyera de forma coherente. No van por ahí los tiros. Al revés, se está preconizando por los nuevos actores políticos, Podemos y Ciudadanos, la profundización de los defectos del actual sistema, aumentando su proporcionalidad, posibilitando que sea el partido menos votado el que decida quién gobierna. Se trata, no de ahondar en la democracia, sino en la sustitución de los partidos viejos por los nuevos. Es decir, cambiar la vieja partitocracia por una nueva partitocracia. En nombre de la democracia.

Examinemos, aunque sea algo superficialmente a los candidatos. De Sánchez ya lo sabemos casi todo. Condujo al PSOE a una crisis el pasado mes de octubre con su “no es no” a Rajoy y su plan de aliarse con Podemos para ser él presidente del gobierno con la abstención de los nacionalistas catalanes (ya ha dicho que hay que reconocer a Cataluña como nación en una España nación de naciones, sea lo que sea lo que signifique esto), que habría que remontarse a los luctuosos episodios entre Prieto y Largo Caballero en 1936 para encontrar algo parecido. Sus contorsiones políticas negando cualquier posible pacto con los populistas antes de las elecciones para, después, afirmar que los afiliados del PSOE y Podemos no podrían entender que no llegaran a un acuerdo de gobierno descalificarían en cualquier otro país a un funámbulo como éste. Aquí, es diferente. En este país cainita no cuenta sino secundariamente el programa; de hecho poquísima gente se lee los programas electorales, Tierno decía que estaban hechos para no cumplirse. Aquí lo que cuenta es el odio al adversario ideológico y la promesa de su aniquilación. No ya entre los políticos, sino entre los mismos electores. Se odia al PP como se odia al PSOE o a Podemos o a Ciudadanos. El odio de nuestro tiempo es la gasolina que incendia las redes las redes sociales. Es heredero de las luchas cainitas del siglo XIX, de las matanzas en las retaguardias de la guerra civil y de una dictadura asesina implacable. El pacto de la Transición para superar el pasado, acogido con esperanza por tantos ciudadanos al inicio de la etapa democrática, ha sido volado por las prácticas corruptas de los partidos que han ocupado el poder. Los privilegios de las élites combinados con la devastación económica y la desigualdad subsiguiente han sido acelerantes del odio que sólo espera oportunidades para manifestarse.

De Patxi López lo que sabemos, poco, no induce al entusiasmo. Que se presentaba como ingeniero sin haber aprobado ni primero de carrera; su vivir desde siempre de las ubres partidarias; su pacto con el PP para ser lendakari; el recurso a las abstracciones, los valores de la izquierda, sus solecismos tontos: “Yo no quiero ganar si el que pierde es el PSOE”. Átenme ustedes esa mosca por el rabo. Entonces por qué se empeña también él en un sistema de elección que pone al partido en un punto de ruptura. Le ha salido un apoyo trascendental, el de nuestra presidenta Armengol, que todavía no ha explicado su cambio radical de rumbo desde su apoyo total a Sánchez a apostar por López. ¿Acaso se equivocó al dar por enterrado a Sánchez?¿Acaso se resitúa para no estar en el bando de los perdedores sin redención si gana Díaz? Al fin y al cabo López se proclama inmerso en la tradición socialista a la que es completamente ajeno un oportunista como Sánchez; López es recuperable si gana Díaz. Sánchez no, con sus maniobras para asentarse en un poder que le había facilitado Díaz se ha creado amigos, los más radicales ideologizados, los que necesitan el vértigo del abismo para sentirse vivos y realizados, pero también se ha creado innumerables enemigos, los que temen que su regreso suponga un nuevo ajuste de cuentas.

De Susana Díaz, lo que sabemos es que es una criatura amamantada desde jovencita en la organización más clientelar del PSOE, dirigida por los protagonistas de los escándalos de corrupción de los cursos de formación y de los Eres, Chaves y Griñán. Una que no ha vivido de otra cosa que del dinero público. Autora, como los otros dos prendas de un discurso evanescente: el PSOE de siempre; en el PSOE no hay bandos; hay que coser al partido; la lucha contra la desigualdad, el partido que más se parece a España, etc. Ni una palabra de cómo se consigue todo esto, ni cuál es la alternativa económica más allá de derogar la reforma laboral de Rajoy, ni cómo resolver le crisis territorial, ni qué Estado Federal propugnan, ni cómo salvar el sistema de pensiones, ni cómo remontar el sistema educativo y resolver el conflicto lingüístico.

Zapatero, el curandero del cáncer de la crisis, ha abierto el baile: “Susana Díaz es una excelente candidata para liderar el PSOE”. Se suma a Felipe González, Guerra y Rubalcaba en su apuesta por la dirigente andaluza. Aquí también vale la pena resaltar la errática carrera de afinidades de Armengol: De González y Rubalcaba a Zapatero, Sánchez y finalmente López. Una cadena de incoherencias. Aparte de la voluntad de poder y de ser nacionalista, ¿en qué línea ideológica podría encuadrarse a nuestra presidenta? Abel Caballero, hombre de mucha sorna, dirigiéndose a Díaz, “Eres lo mejor que hay en este partido”, diagnostica el estado agónico de la formación política centenaria. Por mucho que uno descrea de las primarias en nuestro sistema político, es posible imaginarse como verosímil y adecuada al país, a pesar de sus edades, una confrontación entre un socialdemócrata como Borrell y un social-liberal como Solana, formados, experimentados, viajados, solventes, ¿pero entre ese trío de mediocres?

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