Diario de Mallorca

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En realidad lo que nos estamos jugando en España -y en toda Europa- en estos momentos en que tantos países se ven llamados a las urnas, o han acudido a ellas hace poco, no es el acceso al gobierno de los grupos populistas, en trance de convertirse en partidos tradicionales con los mismos esquemas jerárquicos e idéntica ansia por el poder. Lo que anda ahora en la cuerda floja es la libertad de prensa, estigmatizada por quienes se dicen defensores a ultranza de los débiles. Hablando, sostienen, en su nombre, el mensaje que se lanza es el de que cuando se deja que la prensa diga lo que quiera va a decir lo que quieren los sectores más reaccionarios de la sociedad.

La falacia de semejante planteamiento es doble; en primer lugar, porque cuando se tiene una prensa libre se dicen muchas cosas contrapuestas entre sí; son los ciudadanos quienes, salvo que se les tenga por débiles mentales, separarán por sí mismos los mensajes y asignarán a cada uno de ellos el contenido ideológico que les corresponde. Pero hablando de ideologías, la sospechosa coincidencia entre el populismo llamado de derechas y el que se dice de izquierdas lleva a dudar, apuntando hacia el segundo componente de la falacia, sobre dónde queda el progreso y por qué camino discurre la reacción. Cuando se amenaza a los periodistas incómodos y se plantea el recorte de la libertad de prensa nos acercamos a épocas en las que el pretendido gobierno de izquierdas era cualquier cosa menos un factor de progreso.

Que periodistas ilustres, cuyo empeño por una sociedad más justa, libre y equilibrada lleva años manifestándose, tengan que quejarse en público de los acosos y las maniobras, es algo que lleva a que salten las alarmas. Pero no es la prensa política la única que se ve sometida a un asalto intolerable. Es tremendo el episodio de un columnista del diario levantino Las Provincias -de cuyo nombre es mejor no acordarse-, usando lo que en principio pretendía ser la crítica al libro de una colega de oficio, Mónica Carrillo, para lanzarle una retahíla de supuestos piropos sobre su aspecto físico encaminados a sostener que, si trabaja en los medios, es por lo guapa que resulta y no por su talento. Sucede que aquí se acumula a la condición de periodista la de mujer, cosa que permite, según parece, decir casi cualquier cosa de ella.

Aunque pueda parecer que las críticas populistas a los generadores de opinión y los insultos machistas sin más obedecen a claves muy distintas, no es así. Une a ambas formas de denigrar a los periodistas la coartada de dejar de lado el contenido de las columnas y las noticias para centrarse en la hojarasca capaz de justificar el ataque. La libertad de prensa no consiste sólo en escribir por propia voluntad y al margen de quien dicta al oído las consignas. La libertad de veras obliga a considerar la profesión de periodista como lo que es y no con arreglo a supuestas condiciones externas, ya sean físicas o ideológicas.

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