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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Antagonismos de género

Los hombres blancos heterosexuales están incapacitados por una especie de anomalía genética para entender en lo más mínimo a las mujeres, y por tanto no son aptos para cooperar con ellas

En los años 60 se enseñaba a los niños a distinguir muy bien entre las diversas razas humanas. En clase de Ciencias Naturales se nos decía que había cinco razas distintas: blanca, negra, amarilla, cobriza y aceitunada. Las tres primeras no nos planteaban muchos problemas, pero la cobriza y la aceitunada ya eran otra cosa. El profesor -en aquella época, por desgracia, había muy pocas profesoras- aclaraba el asunto de la raza cobriza poniendo como ejemplo a los indios americanos. Pero ¿y la raza aceitunada? Ahí sí que surgían más problemas. Un alumno preguntó: "¿Aceitunas verdes o aceitunas negras?". Y el profesor, haciendo un esfuerzo para no reírse, nos explicó que la raza aceitunada pertenecía a los habitantes de la Melanesia. Nadie sabía, claro está, dónde estaba la Melanesia. Y nadie nos aclaró tampoco si la raza aceitunada se correspondía con una aceituna verde o una negra.

La obsesión por las razas era una constante de aquella época. Casi todos los escolares hacíamos una colección de cromos que se llamaba "Vida y color", y en esa colección había un maravilloso repertorio de las razas del mundo. La raza negra era la más atractiva de todas. Recuerdo bien al guerrero "Tusi" por su penacho de plumas y su escudo y su lanza, y sobre todo porque andando el tiempo llegué a ver a esos guerreros tutsis -y no "tusi", como decía el cromo- bailando en un cruce de caminos de Burundi al son de los tambores reales, esos largos tambores que en otros tiempos acompañaban a los reyes y servían para trasmitir sus noticias. Pero lo bueno del caso es que todos los que nos habíamos educado de esa forma, aprendiendo a distinguir las razas humanas con una meticulosidad enfermiza, nos fuimos haciendo adultos aprendiendo a hacer justo lo contrario, es decir, a olvidar las razas humanas y sus absurdas clasificaciones cromáticas y a centrarnos únicamente en los individuos. Y los mismos escolares que aprendíamos a distinguir a un negro de un aceitunado, pasados veinte o treinta años nos empeñábamos en ignorar las diversas características raciales porque sólo queríamos pensar en términos de seres humanos.

Y justo cuando muchos habíamos olvidado esa ridícula clasificación racial, ha aparecido un movimiento feminista radical que culpa al hombre blanco heterosexual de todos los males que padecen las mujeres. Es evidente que las mujeres tienen miles -¡millones!- de motivos para sentirse molestas o incluso indignadas con los varones, pero me pregunto por qué sólo tienen que ser los hombres blancos heterosexuales los responsables de esa situación injusta. Entiendo muy bien que se nos culpe a todos los varones del planeta por haber impuesto un modelo "patriarcal" que trata de forma inmerecida a las mujeres. Ahora bien, ¿por qué sólo tienen que ser culpables de ese modelo los hombres blancos heterosexuales? ¿Qué pasa con los negros y amarillos? Y ya puestos, ¿qué pasa con los aceitunados? ¿O es que no hay ningún machista aceitunado, ya sea en su variante de aceituna verde o de aceituna negra?

Ya sé que la civilización occidental fue creada de acuerdo con los hábitos mentales de los hombres blancos heterosexuales que dominaban la sociedad antigua en Jerusalén y en Atenas y en Roma, y por tanto la injusticia en el trato a las mujeres es una herencia de la visión del mundo del hombre blanco heterosexual. Hasta aquí, de acuerdo. Pero la civilización occidental no se ha impuesto en todo el mundo: aún hay países por completo refractarios a ella que son igual de machistas o incluso mucho más machistas que la civilización occidental. Y además, el modelo de civilización patriarcal es una creación cultural que se forjó durante los larguísimos años del Paleolítico -y quizá mucho antes-, de modo que afecta por igual a todos los lugares del mundo. No lo digo para justificar un modelo que en muchos aspectos sigue siendo injusto y arbitrario, sino para recordar que hay otros modelos patriarcales que son mucho más estrictos -y crueles- que el modelo occidental, aunque esos otros modelos no reciban ninguna crítica por parte del feminismo más radicalizado. Y eso es bastante injusto.

En cualquier caso, los poderosos del mundo deben de estar encantados con esta visión antagónica de las relaciones hombre/mujer que parece excluir cualquier clase de cooperación o de visión compartida. Según estas teorías, los hombres blancos heterosexuales están incapacitados por una especie de anomalía genética para entender en lo más mínimo a las mujeres, y por tanto no son aptos para cooperar con ellas ni para intentar cambiar las cosas de forma conjunta. De momento, esta visión maniquea sólo afecta a un sector minoritario del feminismo más radical, pero va ganando terreno en los departamentos universitarios y en una parte importante del discurso feminista. Los poderosos del mundo, repito, estarán frotándose las manos de contento.

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