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¿Y ahora qué?

Pues ya pasó el día internacional dedicado a las mujeres y, con total sinceridad y humildad, me pregunto: ¿y ahora qué? La pregunta tiene difícil respuesta pues la verdad es que son muchísimos los problemas que venimos arrastrando desde hace muchos, muchísimos años. Yo diría que demasiados.

En primer lugar me pregunto qué van o vamos a hacer para que no nos maten esos delincuentes que dicen que nos quieren. La respuesta la estoy escuchando: la ley contra la violencia de género. ¿La qué? Pues, evidentemente, esa no es la solución: nos están matando cada día más, nos patean sin misericordia, nos arrastran por el suelo y por las escaleras agarradas por el pelo, nos abofetean, nos dan puñetazos y nos humillan en la intimidad o en presencia de cualquier persona . No, no es la solución. Lo único que hace la ley es que tipifica, de cara a todos, y agrava, de cara a todos, acciones que no hace tanto se "pasaban".

Me encantaría tener la sabiduría suficiente para poner fin a esta lacra que nos afecta a las mujeres y, por tanto, a nuestros niños. Es evidente que la mujer maltratada tiene un perfil diferente al resto de las mujeres. Pudimos ver en el vídeo de la paliza de Benidorm, paliza que propinó un delincuente de 27 años a una menor de 17, una descomunal paliza en la que la chica, una vez acabada la escena tan horrible, se levantaba del suelo y seguía al agresor. ¡Seguía al agresor! No cabe duda que la sumisión y la dependencia emocional tienen mucho que ver con esta reacción que a ninguna de nosotras, mujeres no maltratadas, podríamos repetir. Es necesario que la mujer tenga asistencia psicológica desde el mismo momento que abre la boca o acude a un centro sanitario a que le curen las heridas. Es necesario que tenga el tratamiento de víctima desde el primer momento que existan indicios de malos tratos, es necesario que la sociedad la ampare y le asegure su sustento y el de su familia. Aun así seguiríamos muriendo. Y es que la educación recibida viene desde tiempos tan remotos que es muy difícil acabar con el machismo que nos relega, nos anula y nos mata.

Y, a todo esto, tenemos que añadir muchas otras diferencias. Podemos comprobar el poder que tenemos viendo las reuniones de los que mandan en el mundo. Somos tan pocas que nuestras voces no se oyen. Sin embargo, sí que oímos al diputado polaco diciendo tonterías y sólo oímos la reacción de una humilde diputada del PSOE que contestó. Nadie se levantó para protestar, nadie se fue de su escaño, no se oyó siquiera un murmullo de indignación y el diputado se quedó tan fresco y orgulloso de sí mismo. ¡Qué pena! Por eso seguimos cobrando menos que los hombres por hacer el mismo trabajo, por eso abusan de nosotras en el ámbito de la vida en general. No somos capaces de decir a voz en grito: ¡Hasta aquí hemos llegado! No lo podemos hacer por la sencilla razón de que no tenemos el poder.

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