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¿Inadaptada, simuladora o un modelo a seguir?

Pasará ya de los 85 años y me reunía periódicamente con ella y su esposo por motivos profesionales que no vienen al caso, porque eran sus respuestas a cuestiones varias las que me inducían, en cada encuentro, a prolongar la conversación hasta convertir en pocos meses mi inicial sorpresa en una atención creciente teñida de admiración. Él solía permanecer en silencio y ella era escueta, hablaba con parsimonia, las manos sobre el regazo, su mirada fija en la mía y la media sonrisa que aún ignoro, a fecha de hoy, si obedecía al tema suscitado o traducía un modo de ser que me fascinaba.

"¿Deprimirme por qué? Todo es provisional. También usted y yo, pero que todo tenga un final como sabemos, no ha de quitarnos el placer de seguir vivos. ¡Pues estaría bueno andar desde que nacemos con el pesimismo a cuestas!". En ocasiones se limitaba a mover la cabeza dubitativamente y alguna que otra vez me devolvió la pelota. "¿Confianza en la medicina? Y en qué si no, a estas alturas de mi vida€ Pero para tratar con ella, cuanto menos mejor, conviene la tranquilidad, sin obsesiones". Y prosiguió, contestando a otra de mis curiosidades: "Claro que he trabajado, pero lo menos posible. Es una equivocación suponer siempre que quien no trabaja es un vago, y es que a hacerlo sin horario no se le llama trabajo ni se paga, aunque la recompensa suela ser mayor. A lo que me ha gustado siempre hacer no lo llamo trabajo y, si no me gustaba, pues cumplir y punto. El esfuerzo, el único que vale la pena sin importar el sueldo, es el de intentar sentirse bien. Y conste que no me estoy refiriendo a la felicidad porque nadie sabe qué es hasta que la encuentra. Y ahora no vaya a preguntarme si yo la he tenido y cómo se reconoce, porque a eso no le contestaré. Es mejor que busque usted mismo la respuesta sin meter a otro que quizá no le diga lo que usted quisiera escuchar".

No era una intelectual al uso. Tampoco tenía estudios universitarios aunque, según me aseguró, nunca los echó de menos "porque hay muchas formas de aprender". ¿Por ejemplo? -inquirí-. ¿Lee usted mucho? "Bueno€ sí, pero no veo televisión ni escucho la radio porque tras años de hacerlo me di cuenta de que la mayoría de veces me intentaban dar gato por liebre. Y no sólo con los anuncios". O sea que no sigue usted la política€ "Pues no, la verdad. Ni fui a votar porque nadie que no esté en mi piel puede representarme y, como están en la suya, se representan ellos mismos. Las elecciones sólo marcan el plazo para las siguientes. Pero no tome nada de cuanto le digo al pie de la letra. No quiero que parezcan opiniones, que siempre tienen una parte de invención porque no lo sabemos todo; ni siquiera la mayoría de veces lo más importante, así que, opiniones, cuantas menos mejor, aunque respete mucho al que las tiene; tanto como al que no". ¡Mujer -protesté-: pero a veces hay que tomar partido! "O no, si una no está segura de tener toda la razón. Al fin y al cabo, las opiniones son tan pasajeras como nosotros mismos. Y si no, mal asunto. En general prefiero escuchar, pero con su manía de escarbar€". "No: nada de timidez. Es que si no opino me evito el riesgo de mentir. Aunque sea para quedar bien".

"¿La independencia, dice? Tendría que saber de quién y es que, además, han cambiado los tiempos y hoy es el mundo entero quien te influye. Eso es el capitalismo en el que todos andamos metidos, ¿verdad? Dependemos del dinero que nos manejan otros, de unas leyes que cualquiera sabe de dónde vienen€ De entrada, bastante tengo con cuidar de mi propia independencia. Aunque la compartamos€ -en ese momento miró con ternura a su marido-". Se siguen queriendo ustedes mucho después de tantos años, ¿verdad? -pregunté-. "Pues sí. Eso es lo único, el amor, de lo que una no se arrepiente nunca y encima, cualquier opinión está de sobra. Es la salsa del cariño".

También le pregunté en sucesivas visitas por las nuevas tecnologías, si tenía móvil o manejaba el ordenador aunque fuese para relacionarse con las amigas... "No -repuso, contundente-. Si quiero enterarme de algo, pregunto. Y me han contado del Facebook ése, pero cuando hablo con alguien quiero verle la cara. Porque me resisto a olvidar de un día para otro a quienes aprecio". En eso somos parecidos -le dije-. "No, amigo mío. Nadie es igual, así que la lucha por la igualdad de la que tanto hablan me parece una equivocación. Hay que luchar por la desigualdad: que se reconozca y se respete. ¿Usted cree que yo espero lo mismo que mi marido o que usted?". El caso es que me encantaría volver a verla porque me da que podría aprender de ella lo indecible. Para empezar, pude constatar de nuevo y a su través, que la vejez no es siempre, como alguien dijo, una masacre. Y es que, con algunos años menos, para mí quisiera esa forma de ser, de estar en el mundo mientras el cuerpo aguante. Porque hubo más; muchas más ráfagas de lucidez. Si nos encontramos, seguiré anotando, cuando se vaya, sus enseñanzas en mi libreta. Y que no se entere de que ando con columnas de opinión o me preguntará si acaso me creo en posesión de la verdad. ¡Menudo brete!

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