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Antonio Papell

Por qué prospera el populismo

Mario Vargas Llosa, ese gran contador de historias que incluso ha ganado el Nobel pero que cae con frecuencia en la tentación de convertirse en un mediocre comentarista político, ha publicado recientemente un artículo, "El nuevo enemigo", en el que, tras advertir que el comunismo se ha convertido en una ideología residual, lamenta que esta lacra haya sido reemplazada por una nueva amenaza, la del populismo, "que ataca por igual a países desarrollados y atrasados". Como una bacteria o un virus que se propagase por el aire de respirar.

El artículo denuncia la perversión intrínseca del populismo que siempre deriva en nacionalismo, tan ligado al racismo; denuncia los ardides que utilizan quienes lo enarbolan y encabezan para aparecer falsamente como antiimperialistas y socialistas; y recomienda y elogia la lucha contra la mendacidad de los autócratas, entre los que incluye, además de los modernos caciques latinoamericanos (Maduro, Correa, Ortega o Morales), a Donald Trump en los Estados Unidos, a Viktor Orban en Hungría y a Beata Szydlo en Polonia€

El planteamiento, que refiere certeramente una realidad inobjetable, sería cabal si el autor hiciera bien el diagnóstico. Porque, lamentablemente, la oleada de populismo que nos invade, y que incluye el ascenso de la extrema derecha en toda Europa, el surgimiento de partidos antisistema en varios países democráticos, el Brexit en el Reino Unido o el ascenso de Trump en Norteamérica, no surgieron por generación espontánea ni se entenderían en absoluto si no se tuviera en cuenta la gran recesión, provocada, entre los variados factores desencadenantes, por el tremendo fracaso del statu quo neoliberal por una desregulación irresponsable, una falta de ética financiera que se puede resumir en el lanzamiento de las subprime (las hipotecas basura), una notoria falta de dirección en la gestión de la incipiente globalización y una pérdida de confianza de los mercados, embarcados en varias peligrosas burbujas. Aquel sistema en decadencia saltó por los aires al producirse la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008€ Lo que supuso un caída en cascada de las principales economías y, en Europa, el rescate de Grecia, Irlanda y Portugal ya en 2010.

La impericia de la superestructura política liberal en la gestión de la gran crisis, el empobrecimiento de las clases medias en los Estados Unidos y en Europa, así como una globalización galopante a lomos de una desregulación sin contemplaciones de los mercados laborales provocaron la desafección de las muchedumbres con respecto a sus elites dirigentes, y la apelación al populismo no ha sido más que una reacción a semejante distanciamiento.

Como ha escrito Antón Costas, el descrédito del establishment ha dado lugar a la emergencia del populismo de derechas (en España, Portugal y Grecia, ha surgido un populismo de izquierdas como reacción directa a la austeridad). Y la razón de por qué ha sido así es muy evidente: porque ni el liberalismo ni la socialdemocracia ha sido capaz de efectuar una oferta atractiva frente al malestar social. En el caso norteamericano y de Europa central, ese malestar se ha debido en gran medida al planteamiento erróneo de la globalización. En unas sociedades en las que se habían debilitado grandemente las conquistas sociales y los derechos laborales, la desregulación económica ha provocado severas deslocalización que han empobrecido súbitamente grandes territorios, han generado bolsas aleatorias de desempleo, han proletarizado a las clases medias y han laminado el concepto de seguridad que tenían interiorizado las democracias maduras. ¿Cómo, en estas circunstancias, iban los ciudadanos a resistir la tentación de la demagogia y el populismo? Pero los errores cometidos tienen nombres y apellidos, y no se pueden imputar al simple azar.

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