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La furia de las imágenes

En el iluminador ensayo del fotógrafo, Joan Fontcuberta, La furia de las imágenes, descubro un apartado en el que se ensalza la contención. Ante el desparrame de imágenes y de mensajes, hay un momento en el que nos planteamos parar ese desbordante flujo, ese torrente descontrolado de información y de imágenes que suelen acabar por embotarnos y, en definitiva, empalagarnos. Ante el descomunal despliegue de imágenes triviales, llega el momento de filtrar, de practicar una suerte de austeridad estética, digámoslo así. Buscamos esa imagen, ese mensaje, ese texto que valga la pena analizar o degustar y que nos obligue, de algún modo, a ralentizar la velocidad, o incluso, a tener el valor de renunciar a seguir atosigando el espacio con una marea de imágenes. Este tipo de actitudes casi ascéticas surgen en periodos caracterizados por el exceso. Es cuando uno, empachado, desea la purificación mediante el ayuno o, a lo sumo, alimentos frugales Ante la proliferación desenfrenada de imágenes, por ejemplo, la artista Iraida Lombardía opta por la mesura y la lentitud. Incluso, va más allá en su propuesta al llamar a una huelga general de imágenes, como un acto de rebeldía ante unas imágenes que, por su profusión, han perdido todo valor, toda eficacia. Precisamente, debido a su exceso. Un exceso que ha acabado por desactivar el poder de las imágenes y de las palabras.

No olvidemos tampoco que los publicistas han detectado el peligro del hiperexhibicionismo de las marcas. Una marca que es vista a todas horas y en todos los lugares acaba por causar hartazgo e irritación, y por tanto, rechazo en el posible consumidor. Sin embargo, una imagen estratégicamente situada, una palabra que destaca entre el mogollón de palabras, logrará atraer nuestra atención, mientras las otras, las asfixiadas entre la masa, acabarán por causarnos indiferencia. Como es habitual en estos casos, siempre dan ganas de callar cuando exigen de uno que se exprese, que hable, que se manifieste, que opine, que sea espontáneo cuando, en verdad, esta exigencia de ser espontáneo ya cortocircuita nuestra posibilidad de serlo, pues es inconcebible una espontaneidad dirigida. Y, por el contrario, cuando de nosotros exigen silencio, se activa una fuerza contraria, la de intervenir, la de hablar, la de expresar nuestro parecer a toda costa. Son maneras, discretas maneras de ser un poco rebelde. De ahí que la huelga de imágenes que propone Iraida Lombardía no deje de ser más que una forma de respirar, de buscar zonas de silencio y reposo en medio del barullo informativo. Todo esto no deja de reflejar una cierta añoranza del aura perdida, de la unicidad. Un deseo de ser singulares entre tanta homogeneización. Algo muy natural, pues obedece a la ley del péndulo. Tras la fiesta, el deseo de taparse los oídos y de emigrar a zonas despobladas. Tras la lluvia de imágenes y de lecturas, el deseo de cerrar los ojos. Esto también es ecología. Ecología de las imágenes.

Fontcuberta nos recuerda que la hiperabundancia produce una contaminación de imágenes. De ahí el elogio de la contención y de una cierta abominación de la pulsión consumista. Tras un periodo intenso en el que ha prevalecido la estética, y la ética, del usar y tirar, parece que necesitamos restablecer el amor por las cosas, el mimo por esa obra que corre el riesgo de ser engullida por la impaciencia y la velocidad. Volver a la contemplación sosegada, a domar ese dedo índice que a punto está de apretar el botón del mando a distancia para zapear hasta el mareo. Sin duda, esta postura es una actitud defensiva, incluso preventiva ante el desasosiego que produce esta bulimia de imágenes. De hecho, ya existen cámaras que llevan incorporadas un dispositivo que bloquea el disparador cuando detectan que el fotógrafo ya ha tomado demasiadas imágenes de determinado lugar. Así como también existen cámaras fotográficas que se rebelan ante los lugares tomados por los turistas, pues ellas también han detectado que estos lugares están contaminados desde el punto de vista gráfico. Es decir, ¿para qué seguir fotografiando lugares o monumentos que ya han sido masivamente fotografiados o filmados? Cuando entre una foto y una postal no existen diferencias es que hemos llegado a la redundancia, al agotamiento de la creatrividad. El título del ensayo que firma Fontcuberta es suficientemente expresivo como para no recordarlo: la furia de las imágenes. Y esa furia es, de algún modo, contrarrestada por estos artistas que abogan por un cierto ascetismo, por una austeridad voluntaria y, lo más destacable, por su voluntad de no agobiar. De vez en cuando, el estómago requiere un periodo de ayuno si no queremos que acabe extenuado y repleto de basura. Ya saben, cuestión de higiene.

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