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El iceberg

¿Tiene sentido dedicar un día a la mujer? El mismo que instaurar un Día Internacional del Hombre: igual de difícil y de admirable debería ser convertirse en cualquiera de las dos cosas. Quizá se entendiera mejor el antiguo Día de la Mujer Trabajadora, nacido a principios del siglo XX en una sociedad que rechazaba mayoritariamente la presencia femenina fuera del ámbito doméstico. La reivindicación de sus derechos sociales, laborales y económicos fue el objetivo de muchas generaciones de mujeres, cuya semilla arraigó para extenderse luego, de forma desigual, por otros paisajes. Hoy costaría afirmar que existe homogeneidad entre mujeres de distintas culturas, e incluso de distintos países dentro de esas mismas culturas. En lo superficial, se parecen más un hombre y una mujer europeos que una europea y una subsahariana. ¿Tiene lógica, pues, hablar de un Día Internacional de la Mujer así, en general?

Centrémonos en España, donde los avances son innegables. Ya casi se considera normal que las mujeres trabajemos (el "casi" no es adorno), pero también es norma, tácita o expresa, que ganemos menos. Por otra parte, la mujer que aspire a desarrollar una carrera profesional puede lograrlo con tesón y suerte, igual que un hombre; eso sí: en edad fértil, más de una vez verá cómo se recortan sus posibilidades. Damos con una de las zonas oscuras del asunto. Para las pautas del patriarcado, la maternidad se vuelve anomalía; si las normas las impusieron quienes no gestan ni paren ni crían, a quienes gestan, paren y crían se las manda a otra división. No hablo de méritos, sino de igualdad de oportunidades. Tampoco hablo de esa entelequia que es la "conciliación de la vida familiar y laboral". De lo que hablo es de todo un entramado atávico, socioeconómico y de poder. Mientras una mitad de la población se crea por encima de la otra, o considere que media parte de la existencia cotidiana no es cosa suya; mientras la salud del país se valore por el creciente lucro de unos cuantos y no por el menguante bienestar de la comunidad, mal vamos. La espuma de la presencia femenina en el cóctel social es, muchas veces, pura pirotecnia. Por debajo, peleando cada día en una franja que poco a poco va quedándose sin aire, está la mayor parte de las españolas. Y ellas sí que se parecen a las mujeres del resto del mundo. La clave está en la sociedad entera. Por eso escalofría ver los modelos que proponemos a las más jóvenes: o supersexy girl o tonta-que-no-se-entera-de-nada-porque-lo-importante-lo-lleva-mi-marido. En suma, el viejo sois belle et tais-toi.

Echemos una breve ojeada al refranero: A la galga y la mujer, no les des la carne a ver. A la mujer casta, Dios le basta. A la mujer ventanera, tuércele el cuello si la quieres buena. Al hombre de más saber, una mujer sola lo echará a perder. Al marido, ámalo como amigo y témelo como enemigo. Amor de mujer y halago de can, no darán si no les dan. El asno y la mujer, a palos se han de vencer. El hombre en la plaza, y la mujer en casa€ De ahí venimos. Y que no nos engañe lo accesorio: el volumen invisible de este iceberg sigue siendo inmenso.

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