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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Valtonyc y Hazte Oír deben ser amparados

En España la libertad de expresión, la primera, porque sin ella las demás dejan de existir, está siendo menoscabada, peligra su ejercicio. Valtonyc lo prueba y Hazte Oír lo constata

La primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, aborrecida hasta la náusea por Donald Trump (nos resistimos a llamarlo presidente Trump), es taxativa: garantiza la libertad de expresión como pilar fundamental de la República. La palabra no delinque. Puedes decir lo que quieras, publicar lo que consideres oportuno. Serás reprimido si de las palabras amenazadoras pasas a los hechos, a intentar plasmar las enunciadas amenazas. Eso es libertad de expresión. La democracia americana, a pesar de Trump, lo tiene plenamente asumido. Trump no podrá quebrar la primera enmienda. Hasta George W Bush lo ha recordado.

En Europa la libertad de expresión no vive tiempos esplendorosos. En el Este es pisoteada: Polonia y Hungría, con derivas cercanas al prefascismo, lo cercioran; en el Oste sigue siendo anatema negar el Holocausto, tanto en Alemania como en Francia. Afirmar que no se produjo la Shoah es abyecto, repugnante, además de una cretinez, pero no debería ser delito, no ha de ser perseguido penalmente quien lo niega o quien hace apología del nazismo. El amparo de la primera enmienda ojalá incluyera a Europa. No es así lamentablemente.

Vayamos a lo que nos concierne directamente: España. Desde la aprobación de la funesta Ley Mordaza, uno de los engendros alumbrados por la mayoría absoluta del PP, y otras leyes coercitivas tan del gusto del Gobierno de Rajoy, la libertad de expresión padece duelos y quebrantos a diario. Jueces y fiscales se encargan, muchas veces diligentemente, de ponerla en berlina. Tres titiriteros pasaron días en la cárcel por ejercerla; un fiscal solicita pena de prisión para una tuitera que ironizó sobre Carrero Blanco, presidente del gobierno de la dictadura franquista; altísimo cargo de un Estado de facto, que nunca de derecho. Los casos se suceden uno tras otro. Ahora un rapero mallorquín, Valtonyc, ha sido condenado a tres años y medio de cárcel por la Audiencia Nacional (López y Espejel a los mandos) a causa de las letras de sus canciones, tan vomitivas como carentes de valor, pero a las que debiera amparar la libertad de darlas a conocer, de divulgarlas. No ha sido así. Valtonyc puede ir a la cárcel por lo que en los Estados Unidos de la primera enmienda es simplemente considerado un bodrio de pésimo gusto. También el concejal madrileño Zapata se las vio con un proceso interminable, en el que Espejel y López, los magistrados del PP, entraron de lleno jaleados por periodistas que dejaban de serlo para convertirse en defensores de la censura.

Ahora vemos cómo desde la izquierda se sigue por tan nefasta senda: se quiere prohibir a la organización de extrema derecha Hazte Oír, poco menos que una secta nominalmente católica, el derecho que también debiera ampararle a dar a conocer su bazofia ideológica. Los muy progresistas ayuntamientos de Madrid, Barcelona y Valencia pugnan por impedir que un autobús desde el que se proclama que "una niña tiene vulva, un niño pene, que no te engañen", confrontándose con la que denominan ideología de género, pueda circular libremente. Hazte Oír ha de poder hacerlo. Es su derecho. Como lo tienen, y ha sido menoscabado, los titiriteros, los tuiteros y Valtonyc. La palabra no delinque. Mal camino el que hemos emprendido. Sin el pleno ejercicio de la libertad de expresión vamos al despeñadero. Hasta en el Parlament, un templo de la palabra, uno de sus diputados, el menorquín del PP Antoni Camps, arremete contra la libertad que asiste a la televisión pública balear de emitir una serie sobre los amoríos del obispo Javier Salinas. Mal, muy mal andamos.

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