Palma ha sido por una semana capital de España y el país se ha estremecido de rabia. Las Illes Baleares, ese "paraíso veraniego" que esconde la corrupción y la explotación de las clases populares, han vuelto a las portadas para evidenciar ante todo el país las contradicciones profundas sobre cómo robar es elegante y poderoso frente a la reprobación más inmisericorde de la protesta y la rabia de los de abajo.

Tres años y medio de cárcel a un adolescente que rapeaba su rabia contra el poder y la familia real y poco menos que de rositas se ha ido la hija del Rey emérito pese a haberse gastado en lujos los dineros públicos y haberse beneficiado de lo robado de los impuestos que pagan con esfuerzo las camareras de piso, ejemplo paradigmático de quienes se dejan la espalda para beneficiar a unos pocos en esta más que explotada sociedad isleña.

El rap es un vehículo de la expresión artística de la rabia y el malestar de mucha gente joven y no tan joven, incluso es un estilo asociado muchas veces a una forma explícita y ruda de comunicación de la protesta. Sus orígenes se encuentran en una forma musical rudimentaria sobre la que primaba la pericia verbal rimada que fue vía de escape para los jóvenes negros de los suburbios más degradados de Nueva York. Las letras explícitas, muchas veces subidas de tono e incluso violentas de muchas de las canciones de este género, conllevan en los EEUU la etiqueta de aviso en la portada del cedé "Parental Advisory. Explicit Lyrics". Tendríamos que ir pensando en una etiqueta más acorde a la Marca España: "Aviso para las familias: sus hijos pueden acabar en prisión por cantar rap". Evidentemente, esas familias tienen ya sobradas evidencias de que, si fueran hijos de Reyes, nada de eso les pasaría.

Hoy día suele darse que los límites de la libertad de expresión sean solo un mecanismo de represión en manos del poder y completamente desligado de la protección de los Derechos Humanos; lo hemos visto cuando se imponen esos límites a la libertad de expresión por injurias a la Corona o con la promulgación de la Ley mordaza. Y lo hemos visto aquí hace no mucho tiempo, cuando el Ayuntamiento de Palma y el Consell de Mallorca denunciaban la apología de las violencias machistas en la isla y ni se abrió causa ni se investigó, pese a que nos encontrarnos en una situación de extrema gravedad con una mujer asesinada cada dos meses en nuestras islas.

Las islas son una sociedad acostumbrada a los extremos y a la injusticia, las fronteras interiores son evidentes y estridentes: tan solo unos pocos metros separan el Palacio de Marivent de las infraviviendas Pullman, donde conviven la miseria, la exclusión y la droga. En pocos lugares, los triunfadores empresarios de la tierra, Riu y Melià -multinacionales hoy del turismo- dedican el mismo esfuerzo a explotar hasta la extenuación a mujeres y hombres por salarios de miseria y a llevarse su fortuna a Panamá.

Las islas son una metáfora de la España del régimen del 78 que revienta por sus costuras, ejemplos de un modelo laboral implantado por el PSOE y reforzado por el Partido Popular que crea legiones de trabajadores que sobreviven con menos de 1.000 euros en uno de los territorios en donde el suelo más se ha encarecido. La precariedad laboral y la explotación contrastan día a día con el lujo obsceno que han favorecido durante más de 40 años una mafia desarticulada, Unió Mallorquina, y una mafia por desarticular, el Partido Popular balear de Jaume Matas y su prolija prole. El castigo descarado a la población frente a la opulencia y la impunidad de los poderosos suena a cosa de otro tiempo u otras latitudes? Pero es nuestra casa hoy. Ni en el tardofranquismo te metían tres años y pico por cantar.

Palma, capital de España en corrupción por habitante, en fracaso y abandono escolar temprano, en diferencias salariales y trabajo precario, todo ello sin perder el privilegio de ser una de las más pujantes economías del milagro económico español, ha vuelto a avergonzar al país. Si la imagen de la justicia ciega viene del antiguo Egipto, la injusticia con dos rostros tiene sello mallorquín. Valtonyc y la infanta han protagonizado las dos caras de la injusticia: por un lado, una imagen de impunidad de la corrupta familia del Rey; por otro, la de un rapero al que van a encarcelar por sus letras; las dos caras de una misma pesadilla. Dos rostros de nuevo de una contradicción entre un poder omnímodo que hace que la corrupción quede cuasi impune y la deflación del poder que supone que un joven rapero tenga que medir en sus letras no sólo la métrica de sus rimas, sino la contundencia de sus metáforas.

*Secretaria política y responsable de discurso respetivamente de Podem Illes Balears