Tienen razón quienes se alarman por el hecho de que el mundo esté relativizando colectivamente los grandes derechos humanos. Hasta hace poco, los países, azuzados por sus opiniones públicas, tenían a gala mantener comportamientos dignos ante los flujos migratorios, ante los refugiados que huían de la muerte; respetar las reglas de la guerra en los conflictos; preservar los derechos de las minorías en todas partes? Hoy, el cinismo es la norma.

Hay casos sangrantes: A) La indolencia de Europa ante la crisis de refugiados sirios: ni siquiera se han guardado las formas y se siguen recogiendo cadáveres del mar sin que surja la menor iniciativa de acogida. B) La nula reacción de la comunidad internacional tras el descubrimiento de que el régimen de Bashar el Asad mantiene un centro de exterminio en el que son ajusticiados a diario docenas de enemigos del régimen (Occidente ya no duda en reconocer que sin el sátrapa, apoyado por Moscú, no habrá paz en al zona). C) La anexión por la fuerza de Crimea por Rusia ante la pasividad de la comunidad internacional sienta un gravísimo precedente? El mundo globalizado es cada vez más una selva sin normas ni principios. Avanzamos, en definitiva, hacia la amoralidad institucionalizada. Y Trump es el símbolo de la nueva era.