Diario de Mallorca

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Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

Europa y la ausencia de Dios

Con frecuencia me pregunto por la ausencia de Dios, el Dios en quien yo creo, naturalmente, pero todavía más tras la visión de la película de Scorsese y de las aventuras teológicas/evangelizadoras del angustiado padre Rodrígues. Pienso en el conjunto del planeta, pero muy en concreto de nuestra Europa, que poco a poco y en ocasiones de forma precipitada, como en España y nada digamos de Mallorca, sustituye a Dios por un gran vacío nihilista y en todo caso por unos sueños neoéticos impotentes ante el schoc histórico que vivimos día tras día. Porque estamos ante un fenómeno perfectamente constatable, que está dejando de llamarnos la atención en la medida en que se ha convertido en algo normalizado y en sutil aumento. Muchos creyentes católicos y de otras conversiones cristianas se han deslizado hacia el agnosticismo, otros habitan el terreno indiferente, y en fin, aumenta el número de quienes se manifiestan ateos, puede que prácticos pero también teóricos. No debiera resultarnos llamativo: cuando una realidad se desdibuja en nuestra vida, acaba por resultar inútil y, en fin, dejamos de relativizarnos a ella. Al final, sin forcejeos, desaparece de nuestro paradigma. Es lo que está sucediendo con Dios en Europa, y por supuesto en Mallorca. Otra visión del todo ahistórica "mantenernos en el pasado", pero carece de "interrogantes futuros". Los necesarios para dar a luz nuevos planteamientos de todo tipo, pero muy especialmente eclesiales y hasta intelectuales.

Lo anterior, sin embargo, puede ser contemplado de dos maneras alternativas, sobre todo a efectos pedagógicos: o bien Dios se ha ausentado de Europa porque se ha hartado de nuestro distanciamiento o por el contrario Europa se ha ausentado de Dios porque ya no lo necesita, toda vez que los avances científicos y las legislaciones liberales arrasan su presencia desde el adentro de la realidad misma. Dos visiones y dos opciones, pero en absoluto semejantes, si bien podamos argüir que las dos se entrecruzan al final de cada etapa: Europa se cansa y dios se aleja, Dios se cansa de Europa y ésta se aleja de Dios. Pero insisto, poner el acento en una u otra causalidad nos conduce a planteamientos muy diferentes tanto teológicos como antropológicos y sociológicos. y en este momento europeo (y mallorquín no menos), se hace preciso reflexionar en profundidad sobre la situación, y en especial en el caso de quienes nos definimos creyentes en Dios, además de serlo como miembros de cualquiera de las iglesias cristianas presentes. Quienes están en la distancia también forman parte de "los que se preguntan", pues el caso les afecta desde los grandes problemas que nos impone la vida. Individual y socialmente.

Puede que nosotros, los cristianos y en concreto los católicos, no hayamos sido ni modélicos ni apetecibles en muchos momentos de este largo proceso de distanciamiento. Puede que el Dios que hemos planteado se haya distanciado cada vez más de los signos de identidad de la sociedad civil. Puede, incluso, que hayamos sido antitestimonio de ese Dios, que es el padre de nuestro señor Jesucristo y que nos ama entrañablemente. Puede que hayamos querido mantener una sociedad eclesializada, y que además la hayamos impregnado de clericalismo. Puede que hayamos permitido, en palabras de Francisco, que nos invadiera a todos esa "mundanidad espiritual" tan destructora del evangelio. Carezco de cualquier interés por disminuir nuestro pecado como creyentes. Y en este sentido, reconozco que hemos podido colaborar a que nuestro Dios, tan manipulado, haya producido un rechazo permanente y en aumento. Es verdad. Pero no es toda la verdad. Ni mucho menos.

Teniendo como horizonte el párrafo anterior, que es un hecho, la sociedad europea, y no menos la mallorquina, ha optado libremente por una materialización tan absoluta de la vida que, sin poder evitarlo, se ha "instalado en la finitud" Lo que supone que toda trascendencia es un recurso tan inútil como regresivo. Si los bienes materiales nos invaden todos los espacios vitales cotidianos y concretos, entonces Dios sobra. Y si Dios sobre, lo mejor es eliminarlo para que no moleste. Comenzamos a trabajar en una configuración social relativista, es decir, sin referentes absolutos y conceptos respetables que van más allá del tiempo y del espacio. La paz es relativizada a nuestros intereses. La libertad soporta interpretaciones varias y variadas. Nada hay que merezca el nombre de verdadero porque la postverdad nos ha invadido como estructura de pensamiento. Construimos la sociedad europea, y mallorquina, "fuera de Dios", que era el garante último de un paradigma universal, y a Dios le llamamos multiculturalidad, sin saber a ciencia cierta lo que significa esta palabra, de suyo una de las más sagradas que puedan pronunciarse. Sin unidad, que no uniformidad, toda pluralidad queda deshecha. Lo que sucede ahora mismo.

Entonces, ¿Dios se ha vengado alejándose de estos soberbios europeos y por extensión mallorquines? Nada de eso. Porque Dios nunca abandona a sus criaturas, a quienes para colmo ha enviado a su hijo para que compartiera su suerte. Dios permanece entre nosotros porque Jesucristo forma parte de la humanidad, desde "aquello" de su nacimiento, parece que en Belén. Está claro que esta afirmación se realiza desde la fe cristiana. Claro que sí, faltaría más. Y que se hace desde la Iglesia católica. Claro que también. Pero es que ese Dios es el Dios que situábamos en el epicentro de nuestras vidas, con mayor o menos precisión, más o menos ejemplificado por los cristianos y católicos, es a lo que nos invita el sucesor de Pedro, ese papa Francisco que lo convierte en utopía para la reformulación de Europa y de cada uno de nosotros. Un Dios al que define como "misericordia activa", amor comprometido con la realidad, con nuestra realidad. No el Dios que podemos seguir manipulando desde "la mundanidad espiritual" antes citada.

Pienso, hoy más que nunca, en ese Dios de Francisco como referencial de una Europa del inmediato futuro, porque no tiene tiempo que perder. Pienso en que nos hemos tomado esta situación de la lejanía de Dios con una frivolidad enfermiza. Y pienso en nuestra Iglesia, la europea y la mallorquina, tiene ante sí el gravísimo desafío de hacerlo presente en su sociedad, en nuestra sociedad, como alternativa necesaria al culto inmediatista y dinerista que nos invade. Tengo la seguridad de que lo pretende. Tengo la esperanza de que la sociedad le abra sus puertas. Es decir, nuestras puertas.

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