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Matías Vallés

Las otras venezuelas

Quién querría vivir en Venezuela, donde la libertad es el preludio de la cárcel. Distaría de ser la primera opción para un amante de la democracia. Seguro que entre los dos centenares de países del planeta, no existe ningún otro que merezca una condena tan específica. De ahí la excelencia del compromiso asumido al alimón por Felipe González y José María Aznar. Una vez que ambos presidentes han logrado que España sea un xanadú modélico sin sombra de corrupción, aúnan esfuerzos para sanear al único Estado contaminado del planeta. En compañía de Bertín Osborne, otro campeón en la lucha por las libertades.

Una tradición no exclusivamente autóctona prescribe que los presidentes del Gobierno acaban por hartarse de sus conciudadanos. En ese momento, asumen la cartera de Asuntos Exteriores y se dedican a recorrer el mundo. No entregan la cancellería honorífica al ser sustituidos, con Blair o Clinton como apoteosis de la interesada confusión entre las misiones altruistas y las excelentemente remuneradas. Por supuesto que a Aznar y González les mueve en exclusiva la pasión democrática, cincelada en seis mandatos sin un solo baldón. De ahí que la capacidad petrolífera de Venezuela no espolee en ningún caso su ardua campaña en pos de la restauración de los derechos humanos maltratados por Caracas.

La inmaculada trayectoria de los expresidentes españoles disipa cualquier suspicacia. Si González tritura a Chávez y Maduro, pero no encontró la mínima objeción moral a sus bienamados Lula y Rousseff, entonces no cabe duda de que los gobernantes brasileños han sido oscuramente represaliados. En la estructura política forjada por ocho años de Aznar y trece de su predecesor, no se perseguiría jamás al juez que ha destapado el mayor escándalo de corrupción de un partido político, asociado de forma casual al aznarismo. A diferencia de la Venezuela donde ha caducado el Estado de Derecho, en España no se convertiría en sospechosos a los fiscales, desde ministerios como Justicia o Interior. ¿Alguien puede siquiera imaginarse a un ministro felipista dirigiendo el secuestrado de un inocente?

La única sombra, respecto a la abnegada dedicación de Aznar y González, estriba en su concentración obsesiva en un país determinado. La fijación dispara señales de alarma en el sistema límbico del periodista. En algún momento, los expresidentes deberían preocuparse por las otras venezuelas, establecer una gradación de la infamia. Sin salir del entorno caribeño, sorprende que Caracas haya superado en ignominia a la dictadura de La Habana, capital sin petróleo. La omisión ha de deberse a razones inocuas pero no inicuas, sin conexión alguna con los excelentes negocios que el castrismo opresor ha brindado a empresarios españoles.

Cabría otra susceptibilidad comparativa con los paraísos fiscales que abundan en el Caribe, pero su reducido tamaño físico no distrae la atención de los vastos cerebros de González y Aznar. Por si subsiste alguna duda sobre el impecable esfuerzo conjunto, también Donald Trump se ha sumado a la condenación eterna de Venezuela. El presidente estadounidense se ha limitado a incluirlo en la lista del centenar de países que desea borrar de la faz de la Tierra, pero su concurso exterminador acredita sin duda las bondades de la empresa acometida por los primeros ministros españoles. Se verifica de paso que en Estados Unidos se exagera la tentación totalitaria del magnate del pueblo.

La solidaridad de González y Aznar aflora simétricamente la relación patológica de Podemos con Venezuela. El entusiasmo solo infecta a los dirigentes del partido, la inmensa mayoría de sus votantes no aciertan a comprender la pasión selectiva de su cúpula por Chávez. Décadas atrás, Iglesias y compañía hubieran sido vinculados al régimen de La Habana, que no se ha movido demasiado. En un esfuerzo memorístico, era González quien mantenía relaciones estrechas con gobernantes venezolanos que acabaron en la cárcel. Seguramente no fueron retirados de circulación por inmoralidad, sino porque ya se incubaba el asfixiante chavismo represor.

En cuanto se ataca a Podemos por el flanco de Venezuela, los Iglesias replican por el costado de Arabia Saudí. Nadie se aparta del tópico. Sería más útil que los emergentes situaran sobre el tablero las torturas y encarcelamientos en China, un país obligado a ser comunista para sufragar el despilfarro capitalista.

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