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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

La falsa inevitabilidad del marianismo

Se acepta como axioma inmutable la ineluctabilidad de la permanencia del marianismo, dándose por hecho que no hay alternativa; pero Gobierna Rajoy porque lo ha querido la izquierda

Casi es un imposible toparse en España, básicamente en Madrid, con un politólogo o comentarista que no considere insoslayable la continuidad indefinida de Mariano Rajoy en la presidencia del Gobierno. Se acepta o bien como una maldición bíblica o como el menor de los males la inexistencia de una alternativa viable al Gobierno del PP. En toda tertulia televisiva o radiofónica, en la práctica unanimidad de los análisis que se vierten en los medios escritos, siempre en los de papel y casi siempre en los digitales, se concluye que la situación está estancada, que no hay perspectivas de cambio, por lo que Rajoy tiene garantizados años y años en Moncloa si es su deseo, que lo es. Rajoy Brey ha devenido en un ser intocable, al que se le atribuyen poderes cercanos a los del taumaturgo. Con la misma convicción que se subraya la certeza de su permanencia, se enfatiza la fortaleza del PP, al que no hacen mella los constantes escándalos de corrupción. El fatalismo es la norma; nada puede hacerse para quebrar la pétrea hegemonía de la derecha española: el poder le pertenece; el orden natural de las cosas así lo ha establecido.

Mejor recordar que Rajoy es presidente del Gobierno en precaria minoría porque la izquierda ha querido. En diciembre de 2015 PSOE y Podemos dispusieron de la fuerza necesaria para liquidarlo. No quisieron. Podemos, de la mano de Pablo Iglesias, se subió a la parra: deseaba que el intento naufragara para acabar con el PSOE. Este, por supuesto, nunca quiso aliarse con Podemos. Ha sido el principal responsable. No hay pues ninguna inevitabilidad, sino la torpe carencia de las izquierdas, que antes que aliarse, como en Portugal, para desplazar a la derecha, prefieren que ésta siga gobernando y pugnar para desembarazarse de su fraternal enemigo. Esa es la realidad, no la de impuestas y no menos falsas inevitabilidades.

Otra variante sobre el control que ejerce el marianismo sobre la vida política, económica y social, el supuesto inmenso poder que acumula. Veamos: antes de las elecciones autonómicas y municipales de mayo de 2015 el PP gobernaba todas las comunidades autónomas, salvo Andalucía, Asturias y Canarias (Cataluña y País Vasco son otra cosa; allí el PP es un cero a la izquierda: no pinta nada) y ocho de las diez ciudades más pobladas. Desde entonces la situación se ha invertido: ha perdido ocho de las diez ciudades. Solo le quedan Málaga y Murcia gracias al concurso de Ciudadanos. Ha dejado de hacerlo en Madrid, Valencia y Sevilla, las tres de mayor población, además de Barcelona, donde únicamente dispone de dos irrelevantes concejales. Comunidades autónomas: el color azul que teñía el mapa de las Españas se ha reducido a Madrid, Galicia, Murcia, Castilla-León y La Rioja. Se le han escapado Valencia, Aragón, Extremadura, Castilla-La Mancha, Cantabria y Balears. Son mermas sensibles, tanto en ciudades como en comunidades. El presunto poder omnímodo del marianismo queda en entredicho.

Insistamos: son las izquierdas las responsables de que gobierne Rajoy. Es a PSOE y Podemos a los que hay que demandar por haber puesto por delante su inmensa animadversión recíproca, que no tiene visos de atemperarse. El palanganero de Susana Díaz, Mario Jiménez, portavoz de la gestora socialista, se ha apresurado a descalificar a Podemos tras el congreso de Vistalegre. Los socialistas se empeñan en hacer inevitable a Rajoy.

Acotación al margen.-- Es una afrenta al laicismo la sentencia de la jueza que autoriza a una empleada de Acciona a llevar el velo islámico aduciendo el derecho a la libertad religiosa. Qué haremos si otro empleado se pone una cruz de gran tamaño, un Buda descomunal o un devoto del Santo Prepucio luce en su pecho una notable reproducción del mismo. Lo que ha hecho la jueza, dicho sea sin pretender desacato alguno, ha sido vulnerar el derecho más básico, el fundamental: el del respeto hacia todas las creencias por igual, que únicamente puede amparar las preeminencia del laicismo.

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