La extraordinaria victoria ciudadana del Port Petit del Molinar es el triunfo de una ilusión. Eran ilusos quienes pretendían oponerse a la tremenda coalición del cemento y el PP. Eran fantasiosos quienes consiguieron que el juez José Castro colocara la sábana "Volem Port Petit" en su balcón. Eran utópicos quienes olvidaban la complicidad del PSOE con la destrucción de Mallorca, consolidada en la elección de un presidente de Puertos ganado finalmente para la causa y que ha conocido en sus carnes hasta dónde llegan las amenazas. Estaban chalados, definitivamente chalados, quienes pensaban que la movilización desde la base preservaría un formato de convivencia armoniosa con el mar.

Pues bien, el peso de la ciudadanía se ha impuesto a los negociantes, abrumados por la magnitud y calidad de la respuesta. Mallorca no necesita más Puertos Portals, pero ninguna lógica hubiera disuadido a los promotores. Palma se ha hecho valer, por fin y quizás por primera vez desde que impuso el Parc de la Mar.

La lucha contra la salvajada náutica ha seducido a los habitantes de barrios lejanos, porque el deseo de vivir en Palma sin aplastarla une a miles de personas hartas de que cada paso conlleve una iniciativa urbanística. Ni un solo partido, ni siquiera los populistas, puede atribuirse la gran victoria del Port Petit. ¿Dónde queda la propuesta de Podemos de desmontar la prisión de máxima seguridad que llaman Palacio de Congresos, y que daña tanto al Molinar como un macropuerto?, ¿qué se hizo de las terrazas limpias del Born?

El triunfo de la protesta emocional, del amor irracional al Molinar, no oculta que el Port Petit desvía la atención de quienes están diseñando una barriada prohibitiva para los mallorquines. O que la marcha atrás incluso favorece a los vendedores de un entorno excluyente. Sin embargo, esta lucha comienza mañana. Hoy es el día de saludar la bendita locura de una Palma que se reconcilia con el mar que la protege.