Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

Pensar lo imposible

Precisamente, la verdadera intelectualidad es la que se abre a lo imposible". Así respondía el nuevo superior general de los jesuitas, el venezolano Arturo Sosa, a una de las múltiples preguntas de Darío Menor, corresponsal en Roma de la revista Vida nueva, en diciembre, y que ahora releo con específico interés. Porque, a la vez, leo con gusto el artículo de José Carlos Llop titulado "Todorov", el domingo pasado.

Una cosa me ha llevado a la otra sin darme cuenta. Y ambas me sumergen en una conclusión que comparto con todos ustedes: es urgente, en la senda del maestro búlgaro y gozosamente afrancesado, pensar lo imposible. De otra manera, hurgar en lo definitivo del ser humano mucho más allá de cuanto vemos, suponiendo que miremos. Mirar es ver. Ver es pararse a pensar. Pararse a pensar es caminar hacia el adentro de la realidad. La realidad, al fin, o es humana o nada es. Y en tal camino, intentar conseguir lo imposible. Porque lo posible acaba por derivar en vulgaridad. Una toma de postura intelectual que tiene que ver muchísimo con el pensamiento utópico. Perseguimos la utopía. Perseguimos lo imposible? para ser capaces de poseer lo mejor de lo posible, vencida su vulgaridad. Intelectualidad e imposibilidad o andas unidas o se derriten en un proceso tan inútil como precario.

Nuestra sociedad, por el contrario, rinde culto no solamente a lo posible porque sobre todo se arrodilla ante lo inmediato. No buscamos: poseemos. Y al poseer lo que está ahí mismo nos vaciamos de utopía, de búsqueda, de pelearnos con la imposibilidad. Si contemplan los resultados de los últimos congresos partidistas del fin de semana, se toparán con tales inmediateces que ponen los pelos de punta al convertir en líneas de fuerza, es decir, en posibles estructuras de convivencia nacionales lo siempre repetido. Unos han reiterado lo ya anciano, y otros, a su vez, han elegido más de lo mismo. Ningún atisbo de "ir más allá", de innovar para procurar la atracción de lo realmente imposible por utópico. Algo que tire de nosotros mismos (así, juntito) para permitirnos conquistas aparentemente incalculadas, aunque no incalculables. Es la reducción al "estado de abatimiento", a ese nivel de vulgaridad que nos permite vivir sin estridencias porque aborrecemos lo estridente, lo fuera de la normalidad, eso que nos saca de nuestra seguridad tan costosamente almacenada. El imperio de lo inmediato. El triunfo de lo evidente. Cierta permisividad organizada para creernos lanzados a búsquedas inexistentes. Se trata de creernos lo que ni somos ni hacemos.

Y ahí precisamente aparece el papa Francisco. Este habitante vaticano será cualquier cosa menos alguien semejante a un creyente aquietado en sus seguridades. Las supera de manera permanente para saltar hasta seguridades ulteriores, siempre conseguidas con un margen de imposibilidad. Francisco es utópico. Francisco persigue lo imposible. Francisco sueña el sueño de su Dios. Más todavía, en un gesto sorprendente, es capaz de afirmar su subordinación al pensamiento eclesial que nos sustenta, mientras persigue nuevos caminos para sí y para todos los adheridos a la fe cristiana. Cree tanto en Dios que se atreve a buscarlo en la sorpresa cotidiana. En los refugiados, en los migrantes, en los sirios, en los negros yanquis, en las mujeres maltratadas, en los jóvenes rompedores, en todo aquello que se convierte en pasquín por las calles de Roma para diabolizarle como un peligro para la Iglesia y para la sociedad. Francisco es transparente en sus gestos, sí al sí, no al no. Y nuestra sociedad no asume tanta transparencia. La rehúye. Se instala en lo de siempre. La transparencia es el colmo del peligro porque nos permite "ver más allá". Lo mismo que responde Arturo Sosa en la entrevista citada al comienzo. Porque se da un misterioso tipo de totalitarismo intelectual que se llama fundamentalismo, dogmatismo, reduccionismo. Taparse los ojos ante el dolor pero no menos la alegría de la gente.

En algunas ocasiones, he comentado cuanto se esconde en la expresión "atreverse a pensar". Hoy, de la mano del gran Todorov, voy más allá y escribo: atreverse a pensar es pensar lo imposible. En esta tarea reconocerán que somos hombres. Humanos. Trascendentes.

Compartir el artículo

stats