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Columnata abierta

Desmontando a Madame Bovary

El amor, y no el suicidio, el único problema filosófico realmente serio". Con estas palabras André Comte-Sponville desmonta de un plumazo el arranque de Albert Camus en El mito de Sísifo. Para el filósofo francés la cuestión fundamental que planteaba Camus era correcta: juzgar si la vida merece la pena ser vivida. Pero el enfoque camusiano era erróneo según Comte, porque el suicidio suprime el problema en lugar de resolverlo. El amor es lo que salva. Es lo que convierte la vida en algo amable, y hace el sufrimiento asumible. Ese problema central lo intuyó Spinoza hace cuatro siglos: "Toda nuestra felicidad y toda nuestra miseria residen en un punto único: ¿a qué tipo de objeto nos vinculamos por amor?". En otras palabras, ¿de qué amor hablamos? ¿enfocado hacia dónde?. Hablar del amor es penetrar en un agujero negro, por inabarcable. El amor es múltiple en sus formas y sus objetos son innumerables. Por eso los griegos utilizaron más de una palabra para referirse a él.

La primera es Eros. La pasión, el deseo, la posesión, el amor que colma las carencias, el más entusiasta, el más primario, el menos elaborado, el más egoísta y el que puede llevar a la tristeza, a la frustración e incluso a la violencia. Es la educación sentimental la que nos eleva a otro estadio del amor que los griegos llamaron filia. A ello contribuye la naturaleza, con el apaciguamiento físico que conlleva la edad, y también la experiencia, que nos sugiere rebajar las expectativas sobre uno mismo y sobre los demás. Es este amor sobre lo que no necesitamos el que nos aproxima más a la felicidad en un sentido aristotélico: amar es gozar. Abandonamos el ardor adolescente al verificar que eros y filia son compatibles, que el deseo no excluye la amistad, que pueden mezclarse y de hecho se mezclan con frecuencia. Y así vamos creciendo hasta llegar al agape, una palabra tardía en la filosofía clásica que los romanos tradujeron por caritas: el amor al prójimo, al desconocido, al que no necesitamos ni nos procura ningún bien. Es el amor universal, liberado del ego y por tanto liberador. La madurez se alcanza al descubrir fascinado que? ¡no es obligatorio elegir! Eros, filia y agape son conciliables y necesarios, están vinculados y explican el proceso de formación emocional en una persona equilibrada, es decir, moderadamente feliz.

Con la finura intelectual a la que nos tiene acostumbrados, el feminismo radical considera primordial aligerar una construcción filosófica que se viene levantando desde hace más de 2000 años, y ha decidido volar la planta baja del edificio manteniendo los pisos superiores. Nina Parrón, la directora de Igualdad del Consell de Mallorca quiere "desmontar el mito del amor romántico" porque "limita a una sola forma de querer, a menudo alejada de la vida real". A mí me parece que la que está alejada de la vida real es la señora directora. Un filósofo tan poco dado al sentimentalismo como Descartes escribió que "el amor, por muy trastocado que esté, procura placer, y aunque los poetas se quejen a menudo de él en sus versos, creo no obstante que los hombres -y las mujeres- se abstendrían naturalmente de amar si no encontrasen en ello más dulzura que amargura". Gracias a dios la moderna ideología de género va a poner fin a este desajuste milenario de la psique humana declarando la guerra a San Valentín.

Es difícil encontrar un movimiento que, enarbolando un objetivo tan noble y justo como la liberación femenina, genere tanta desafección, o incluso rechazo, entre una parte tan importante del colectivo a liberar. Esto sucede porque, en el fondo, millones de mujeres sienten que el feminismo radical las trata como a débiles mentales. Relacionar directamente los celos y la violencia de género con el amor romántico es una simplificación tan burda que insulta la inteligencia. Lo propio de los celos es que no precisan motivos para provocar el delirio. Puede haber pasión por medio, o no. Otro tanto sucede con los malos tratos. Lo contrario es dar por buena la mentira: la maté por amor. No, desgraciado, la mataste porque eres un cobarde. Si era por amor, o por desamor, haberte suicidado y todos tranquilos.

Para la señora Parrón, "los datos afirman que el mito del amor romántico muchas veces está en la base de unas relaciones muy desiguales y muy tóxicas". No especifica qué datos ni cuántas veces, pero una sentencia tan científica como esta apunta al masoquismo como una dimensión de la sensualidad femenina. Ni Freud, que no era precisamente feminista, se atrevió a tanto. La tesis de Parrón no se aparta de la tradición paternalista que hace sentir culpables a las mujeres por amar de una manera, o de la contraria, o por no amar. El caso es que algunas siempre lo hacen mal.

Lo peor es que tras esta visión sombría de la mujer -no digamos ya del hombre- subyace un afán totalitario por imponerles una manera de vivir y de sentir. De alguna manera, este feminismo castrador pretende que lo obsceno se desplace de lo sexual a lo sentimental, provocando en las mujeres una afasia sobre determinados sentimientos, un rechazo de su expresión, en esta caso de la pasión. Flaubert describía admirado en una de sus cartas la doble faceta de las mujeres "soñadoras y calculadoras, las apasionadas que no pierden el norte". Hoy la moderna inquisición se las haría pasar canutas al autor de Madame Bovary, otra alma descarriada por culpa del amor romántico.

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