Diario de Mallorca

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Si uno piensa en el estructuralismo, le viene a la mente la imagen de los pecios de un naufragio que ocurrió en otro siglo. Este naufragio también forma parte de nuestras vidas -o de la vida de algunos de nosotros- pero sus pecios ya no tanto. O no todos. Uno puede vivir muy bien sin Derrida, por ejemplo. O sin Kristeva, ni Sollers -aquel Sollers-, pero encuentra en Barthes a un pariente lejano que nos enseñó varias cosas importantes y en Levi-Strauss, un patriarca al que acudir para entender ciertos aspectos del origen de la civilización. Después está Todorov, que fue discípulo de Barthes y se separó del estructuralismo antes de que el naufragio ocurriera. Por pura incomodidad y coherencia intelectual. Todorov, que ha permanecido.

Todorov es un intelectual que nunca ha dejado de ser contemporáneo por la firmeza -que no rigidez- y clarividencia de sus convicciones y no, como tantos otros, porque se haya apuntado a la última moda o al viento que con más fuerza sople. Quizá porque había escapado del comunismo, quizá porque nunca estaba de malhumor, al revés de la mayoría de colegas suyos que también venían del Este -pienso en Ionesco, en Cioran, en Soljenitsin...- y mostraban un ceño tan fruncido como el de muchos popes ortodoxos. Todorov, en eso, se parecía más a los poetas. Del Este, quiero decir. Esta semana Tzvetan Todorov ha muerto y Europa se ha quedado sin uno de sus creyentes, ahora precisamente que es el momento de no perder ni uno. Y dentro de Europa, Francia, tierra y lengua a la que se había acogido. La patria -uno de los corazones de Europa, el otro es Alemania- que tuvo lugar para "el hombre desplazado", una de las certeras expresiones halladas por Todorov. El hombre que padeció el miedo primero -durante años calló sobre Bulgaria: era la época donde los disidentes morían del pinchazo de un paraguas envenenado- y escribió después sobre lo que había dejado atrás: la anulación de la persona que conlleva toda revolución. Todo totalitarismo.

Esa anulación es la que lleva a Todorov -que era hijo de bibliotecarios y había crecido entre libros- hasta el estructuralismo. Lo explicaré. En la ausencia de libertad de la Bulgaria comunista, la literatura -y para Todorov la literatura es una prolongación de la vida- era leída y juzgada ideológicamente. Esta inquisición asfixiante y muy crítica con todo aquello que no sirviera a los postulados de la revolución, hizo que Todorov se entregara -otra forma de escapismo- al análisis lingüístico de las obras literarias y se convirtiera en un apóstol del Formalismo ruso. Una escuela, dicho sea de paso, que muchos leímos, allá por los setenta, sin entender nada de nada en multitud de ocasiones, tan abstrusa era. En vez del relato -de la narración- en sí, primaban la lengua y su descomposición atómica y a partir de aquí nació en él el interés por esa nueva corriente francesa.

Así llega Tzvetan Todorov a París y se apunta a las clases de Roland Barthes en la Escuela de Altos Estudios y la libertad parisina acaba liberándolo del corsé búlgaro y del miedo y lo mismo que le había acercado al estructuralismo, le hace abandonarlo. Como abandona a los formalistas rusos y regresa al origen de la cultura; es decir, al humanismo. Ahí se produce el regreso a la literatura que -son sus palabras- "nos enriquece infinitamente y nos ofrece sensaciones insustituibles que hacen que el mundo real tenga más sentido y sea más hermoso".

Sentido y belleza. ¿Hay quién dé más? ¿Vale la pena la vida sin eso? Todorov entroncó la vida en libertad con la riqueza de la noción de individuo y la superioridad del pensamiento que refuerza tanto al individuo como a su libertad. Para desde ahí dar sentido y encontrar belleza: del espíritu de la Ilustración a la pintura flamenca y en ella el reflejo de una sociedad feliz y un individuo pleno. Al fondo, siempre la literatura. La literatura, ojo, también como verdad y como moral, palabras que puede que ahora suenen antiguas, pero que son las que sostienen -con la emoción y el espíritu- nuestro legado literario. Es decir, nuestra memoria como hombres. Todorov formaba parte de ella desde que salimos, casi, al mundo y las personas como él son más necesarias que nunca. De forma que no lo habían sido desde que en los 70 se afincó en París para siempre.

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