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Ganarás, pero no convencerás

Apunto de conocer el desenlace del rifirrafe que se dirime en Vistalegre II, como llaman al congreso de Podemos, no está de más recordar lo que ha venido sucediendo en los últimos meses entre los dos líderes que abanderan la nueva caspa, ya que cambiar la pe por esa te de la casta que detestan, les parecería una insultante demagogia en lo que a ellos respecta.

Que el espectáculo acaba demasiadas veces por transformarse en discurso, como apuntaba Debord, es en su caso una evidencia que subrayan sin empacho en cuanto alguien les presta atención. Y bien que procuran asomar el juvenil desenfado a la menor ocasión. De la Huertas de triste memoria al marginal Monedero, y desde Balti a Bescansa con retoño en el escaño tiempo atrás, un hervidero de dimes y diretes que amplifican los politólogos en cabeza de la formación y empeñados, desde que lograron ensanchar la cancha mediática a conveniencia, en diseñar una realidad con base exclusiva en las palabras que, cuando aventadas, descubren el adánico sustrato que inspira su verborrea docente para ver si consiguen rescatarnos del sempiterno ninguneo al que nos someten, según advierten, todos los demás.

El pasado diciembre, y con una participación inferior al 40% del censo de inscritos, se impusieron por un escasa ventaja de 2.5 puntos las tesis del secretario general señor Iglesias, así que, en la Asamblea estatal, se votan conjuntamente ponencias y candidaturas en vez de, como pretendía Errejón, documentos y cargos por separado. De este modo el caudillo, cuyas anteriores componendas no le han facilitado hasta la fecha el anunciado asalto a los cielos (coalición con IU y pérdida de un millón de votos, veto al proyectado gobierno de Sánchez-C´s para terminar de nuevo con el PP encumbrado€), vuelve otra vez a ese todo o nada que jalean sus partidarios: desde Vicenç Navarro a Monedero o Echenique, por citar algunos de los más conspicuos.

Frente a la más populista estrategia de Pablo Iglesias, que pone en solfa, siquiera de boquilla, la operatividad institucional ("nuestros representantes no pueden convertirse en políticos", "los diputados no han de ser políticos sino activistas", "acción en las instituciones y en la calle", "no caer en tacticismos parlamentarios"€), Errejón contrapone la defensa de una mayor transversalidad que impida ser relegados al rincón de la extrema izquierda con merma de su perseguida operatividad. En esa línea, muestra mayor disposición al acuerdo con otras formaciones, abandonando "el folclore" y "los golpes de efecto".

La distancia entre ambos planteamientos se ha ido acentuando al tiempo que menudeaban los desencuentros y, aunque sin duda las discrepancias pueden ser productivas cuando terminan en pacto, no parece ser el caso por encima de las protestas de amistad, besos para la galería y defensa de un proyecto consensuado. Unidad desde el debate para seguir caminando juntos como hemos hecho siempre, subrayaba en días pasados Errejón (aunque "no aceptaré cualquier acuerdo que sea a golpe de silbato"), e Iglesias señalaba, el 17 del pasado diciembre, la necesidad de "no convertir la formación en un campo de batalla". Sin embargo, el enfrentamiento estaba cantado siquiera por el talante del actual líder, experto en traer a colación sólo lo que interesa para apuntalar sus planteamientos y de paso la propia imagen, sin autocrítica que valga y empeñado en filtrar e incluso retorcer los hechos con tal de que converjan en él, así que, de no salir victorioso en Vistalegre y a diferencia de Errejón, dejaría su cargo, poniendo una vez más de relieve que divagaciones, confluencias o sorpassos, aunque frustrados, no tienen más objetivo que afianzar su preeminencia como único abanderado de la izquierda en este país y, cualquier alternativa, revelaría falta de perspectiva e incluso de ética.

Asistimos pues, amén de distintas concepciones sobre la mejor estrategia para promover el cambio (la suya, porque Errejón "se está equivocando"), a una lucha de poder en la que uno de los contendientes defiende, a más del personal modo de entender la democracia en el seno de su Partido e incluso fuera del mismo, la propia silla. Éste es un choque de trenes -otro que el previsto a propósito del independentismo en Cataluña-, anunciado por activa y pasiva, que deberán impedir o asumir los más de 460.000 podemistas inscritos en el cónclave y, al que no descarrile, le espera un túnel de largo recorrido como resultado de ideales que han perdido parte de su atractivo tras percatarse, buena parte de la ciudadanía, que demasiadas veces se subordinan al ansia de poder como ocurre en los viejos Partidos que reprueban.

Los hay sin duda honestos; la mayoría, en todos los vagones y sean pablistas, errejonistas o anticapitalistas, pero a estas alturas algunos deberían haber aprendido que quien lucha con monstruos y como advertía Nietzsche, ha de tener cuidado para no convertirse en uno de ellos. Adscriban la monstruosidad (metafórica, naturalmente) a individuos u organizaciones según su criterio y señalaré, a propósito de los competidores en Vistalegre, que la verbosa egolatría tampoco da para tanto aunque, desde tiempo atrás y en los días que seguirán, el teatro esté servido. Si no para transformar el país, como han venido propugnando, cuando menos para entretenerlo.

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