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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Un narcisista que juega al todo o nada

La izquierda española se las ve con una doble disyuntiva, a sustanciar este fin de semana y en mayo, cuando las primarias socialistas decidirán si el PSOE se entrega a Rajoy para la entera legislatura o si, con Pedro Sánchez, que se está metamorfoseando con tanta dignidad como inteligencia, opta por ser otra vez de izquierdas. Vayamos a lo más próximo, a la asamblea de Podemos de mañana.

Pablo Iglesias, un narcisista como no se recuerda en la política española, quiere todo el poder en Podemos; pugna, a la manera del dirigente derechista de la Segunda República, José María Gil Robles, por "todo el poder para el jefe". Gil Robles, factótum de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA),clamaba, en las elecciones de febrero de 1936, ganadas por el Frente Popular de las izquierdas, que se le diera la mayoría parlamentaria diciendo: "Dadme la mayoría absoluta y os daré una España grande". Acabó siendo un correveidile del general Franco, que, mezquino como siempre, jamás le premió los servicios prestados.

Iglesias anuncia que, de no salir victorioso en Vistalegre 2, dejará el acta de diputado. Saldrá de escena. Un chantaje emocional propio del caudillismo, de quien se siente providencial e insustituible. Un general francés, Charles De Gaulle, presidente de la República, convocó, en las postrimerías de la década de los sesenta del pasado siglo, poco después de los sucesos del "mayo francés", que acabaron por extenderse por todo Occidente, un refrendo, que siendo formalmente para avalar una descentralización administrativa del Estado, buscaba transmutarse en un plebiscito sobre su imponente persona. Lo perdió. Se fue a casa. De Gaulle supo retirarse a tiempo.

No parece que Pablo Iglesias pretenda concluir a la manera del francés. Más bien, se aproxima velozmente a lo que fue, también en la Segunda República, Alejandro Lerroux, apodado "emperador del paralelo", en recuerdo a sus tiempos de agitador en Barcelona, un demagogo insuperable, que acabó sus días rico en el Madrid de los cuarenta, después de haber servido eficazmente a los intereses de Franco. Iglesias chantajea emocionalmente, lo pretende, a los suyos; quiere que crean que sin él, Podemos derivará, de la mano de Iñigo Errejón, hacia el convencionalismo, desembocando en una organización similar al PSOE, con el que pactará una política reformista de escaso recorrido. Para Iglesias, Podemos es él, está hecho a su imagen y semejanza y su discurso, que inicialmente a algunos nos engañó, haciéndonos atisbar el anhelo de que estábamos ante un modernizador a la manera en que quiso serlo Manuel Azaña, no es otra cosa que un artefacto hueco, tras el que anida la egolatría de un caudillo, que pretende perpetuarse al modo en que habitualmente lo han hecho los dirigentes comunistas.

Frente a un esquema tan claramente leninista, en el que un personaje tan inquietante como es Monedero, desempeña el papel de ideólogo y Mayoral, no menos sinuoso, el de policía, en el que le secunda Echenique, se halla Iñigo Errejón, que esencialmente supone el mejor intento de la izquierda española por ser mayoritaria. Errejón, un hombre especialmente dotado para la política, persigue ganar las elecciones; sabe que para ello requiere del acuerdo con el PSOE. Sin una entente entre ambas izquierdas, la derecha del PP tiene garantizado, como ahora, el gobierno de España. Errejón sabe que se necesita el pacto con los socialistas. Para que suceda, es obligado que en el socialismo español se abjure del peronismo, personalizado por una demagoga de similar hechura a la de Iglesias, Susana Díaz; que también se deje de lado el intento del aparato de salvaguardar sus intereses a través de López. Sorprendentemente es el metamorfoseadov Sánchez el que, de triunfar en las primarias, estará en condiciones de insuflar vida al PSOE. Errejón y Sánchez son la esperanza de la izquierda, de que gobierne las Españas.

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