Diario de Mallorca

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José Carlos Llop

Almendros en flor

Durante años, aquellos que en los setenta o un poco antes leíamos La Vanguardia mi padrino estaba suscrito, como lo estaba a la revista Destino veíamos, una vez al año, aparecer Mallorca en la portada. Ocurría a finales de febrero o a principios de marzo y entonces, el periódico todavía llevaba en su cabecera el adjetivo "Española". Se lo puso Galinsoga, su director falangista después de la guerra y el apelativo tuvo poca fortuna. Luego se cayó de la cabecera quedándose con La Vanguardia a secas y en estos últimos tiempos parece como si hubiera practicado una especie de compensación política de aquel adjetivo postbélico y postizo. No hace falta entrar en detalles.

La bandera de Mallorca en aquellas portadas era, por supuesto, mediterránea, pero también tenía algo de jardín japonés. Se trataba de una fotografía de los almendros en flor, ilustrando un reportaje siempre firmado por Baltasar Porcel. Cuando los almendros empezaban a sacar sus primeras flores, alguien de su familia andritxola avisaba por teléfono al escritor y este regresaba a la isla con un fotógrafo. Todo el mundo tiene sus imágenes particulares de los almendros floridos, pero también las acompaña el imaginario insular: de ciertos versos de L'Escola Mallorquina a Porcel en el avión, para escribir una variación más de su reportaje anual. En aquella época también se vendía un perfume en las tiendas de souvenirs llamado "Flor de Almendro".

He citado lo japonés y no está solo en los almendros y los cerezos cuando florecen. El poeta Josep Carner vio en las terrazas de Banyalbufar una estampa de la pureza japonesa, ese juego de luces y sombras y vacíos que tan bien ha retratado Tanizaki en Elogio de la sombra, un refinado best-seller. Pero dejemos aparte la delicadeza y la crueldad del orientalismo y regresemos al Mediterráneo sin suplementos, ni analogías. Es decir, a la Xylella fastidiosa, sobre cuyo nombre y posibles consecuencias ya escribí hace meses en estas mismas páginas, sin pensar que podrían llegar a ser tan terribles como exigen las apocalípticas trompetas europeas y el insolidario miedo peninsular.

Imaginemos una Mallorca sin árboles. Quiero creer que con bosques, pero sin almendros, ni olivos, ni ullastres o acebuches. Y preguntemos a los payeses, que son los que saben que en el campo ya no se vive solamente de lo que se produce, sino que son imprescindibles las ayudas que se obtienen por lo que se produce o ha de producir. Sin esas ayudas, muy poco quedaría del campo mallorquín, con Xylella fastidiosa o sin. Pero algo habrá que hacer, porque como los signos no existen porque sí, no sabemos si lo de la Xylella es un aviso de salud democrática o lo contrario, un aviso de insania democrática. Pues donde parece que sí ha entrado la bacteria es en el Parlament balear. Como una carcoma que fuera cavando túneles en los escaños y su presidencia. ¿Cómo interpretarlo? Quizá remontándonos al origen de la autonomía, cuando muchos que no eran demócratas decidieron que la democracia podía ser otro negocio. Sus herederos siguen ahí.

El primer Parlament se constituyó en la Lonja de Palma. Como no existían escaños ni nada que se le pareciera otra metáfora social se encargaron un mobiliario ad-hoc y de esos muebles saltó el primer escándalo, y lo hizo desde la madera, como la Xylella fastidiosa. Se llamó el caso Torcal-Zeus y fue nuestra pérdida de virginidad, la puerta abierta hacia el dislate, la pillastrada o la fechoría directamente. Luego vino Chernóbil y el caso Torcal-Zeus se camufló con la prohibición de venta de los tordos radioactivos. El tordo, uno de cuyos nombres es zorzal. Ahora salta la Xylella fastidiosa y la sensación de fastidio, cuando no de tedioso batiburrillo empieza a ser grande. Esperemos que Europa no se ponga radical y los que tienen que hacerlo solucionen el problema desde dentro. Que es la única manera de resolver de verdad un problema. En el Parlament y en el campo. Y que los almendros sigan floreciendo más allá de bacterias, sean de la clase que sean.

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