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Daniel Capó

Susana duda

Una nota del ayer: desde antes del principio de nuestra transición, Francia tutela los caminos del socialismo español. En el 82, el PSOE se presentó con un proyecto inspirado en el giro estatalista del primer Mitterrand, aunque muy pronto Miguel Boyer, y más tarde Carlos Solchaga, tuvieron que rectificar este programa económico y abrirse a una mayor liberalización de la economía. Con el paso de los años, Francia fue languideciendo en el corazón de Europa, a pesar de la calidad de su diplomacia, su influencia sobre África y el mundo árabe, el dinamismo de sus pymes y la relativa musculatura de su ejército. Entre Mitterrand y Hollande, el intervalo conservador de Chirac y Sarkozy se caracterizó por un reformismo difuso y por el aletargamiento de una sociedad cada vez más fracturada en múltiples identidades, con la cuestión migratoria en lugar preferente. Marine Le Pen permanecía al fondo, como algo más que una anécdota, aunque no nos diéramos cuenta. Europa avanzaba día tras día en direcciones divergentes. En nuestro caso, el presidente Rodríguez Zapatero participó menos del nuevo laborismo inglés aunque al principio coqueteara con él que de la grandeur republicana de nuestro país vecino. Principal referente económico del sur de la Unión, la sombra francesa marca la política española. También sus fracasos.

De sorpresa en sorpresa, la amplia victoria del izquierdista Benoît Hamon en las primarias socialistas francesas va a ser leída con preocupación por sus homólogos españoles, en especial por Susana Díaz y su equipo. El paralelismo más inmediato que cabe plantear es el de una ruptura de los equilibrios clásicos y un giro hacia las soluciones más radicales. Si Hamon representa el ala antisistema del socialismo francés, Pedro Sánchez emerge como el abanderado del postsocialismo español; es decir, el que quiere renegar del peso histórico del PSOE en la construcción de la democracia en nuestro país. Más que una ideología concreta, el programa de Sánchez se resume en un eslogan identitario "no es que no", que nos remite a la divisa populista del "divide y vencerás". Identidades que chocan y se enfrentan: "no es que no" significa negarle a la democracia su capacidad de crear consensos, mientras se demoniza no sólo a la derecha, sino también a una izquierda que forjó a lo largo de décadas parte de este consenso y que sigue sin comulgar con una visión maniquea de la realidad. Por supuesto, si los socialistas no consiguen encauzar su partido de un modo racional, el panorama de gobierno y de futuro del país se complicará bastante. Sería el sueño dorado de Podemos, que así lograría canibalizar al PSOE. De hecho, una eventual victoria de Pedro Sánchez en las primarias socialistas convertiría en irrelevante a su formación. Para copias, uno se queda con el original.

Cabe pensar que Susana Díaz observa con temor el paso adelante dado por Pedro Sánchez. Sabe que el momento populista juega en contra de cualquier político que forme parte del sistema. Los pésimos resultados que ella obtuvo en la última encuesta andaluza, así como los gritos en contra recibidos en las distintas agrupaciones territoriales que ha visitado, apuntalan esta impresión. Susana duda, como duda todo el socialismo histórico español, que teme ser triturado por la velocidad de los tiempos. Las revoluciones son trituradoras, como nos enseña la Historia. Y vivimos una época sin guión claro.

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