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Antonio Papell

El mal francés

Si la "gripe española" fue la gran pandemia de gripe de 1918 no nació en España, sino que nuestro país se cargó el sambenito por divulgar información sobre el problema en tiempos de gran censura provocada por la primera guerra mundial, el "mal francés" es la sífilis, esa infección secular venérea que ha penalizado los pecados de la carne y que persigue a la humanidad desde sus primeros vestigios prehistóricos.

Pero ahora, surge otro mal francés, clínicamente inofensivo, que es el ajusticiamiento político en el país vecino, a manos de la militancia, de todos los políticos de primera línea que han tenido mando en plaza o han comandado las viejas organizaciones hegemónicas, Los Republicamos de centro derecha y el Partido Socialista de centro-izquierda.

La militancia ese concepto novedoso que también en España tiene tantas resonancias positivas mandó a retiro en elecciones primarias al expresidente Sarkozy, de quien algunos pensaban que era el líder natural de su espacio político, así como al ex primer ministro Alain Juppé? (El vencedor en aquel tardío ajuste de cuentas de la sociedad con las elites, también ex primer ministro, François Fillon, que ganó aquellas elecciones, está a punto de verse excluido por un grave episodio de corrupción en complicidad con su esposa, pero esta es otra cuestión).

En el Partido Socialista Francés, el mandato de Hollande ha sido tan desastroso que el propio presidente de la República ha rechazado, apelando al sentido del ridículo, presentarse a la reelección. Y Manuel Valls, ex primer ministro con Hollande, veía definitivamente bloqueada su carrera política al perder en segunda vuelta de primarias con Benoît Hamon, lo que al tiempo ha representado el rechazo de las bases a un socialismo demasiado blando y una vuelta al rigor más radical de la izquierda?

La vieja clase política del país vecino ha sido, en fin desmantelada, a la vista seguramente de una decadencia imparable de la gran potencia que fue Francia a manos de Sarkozy y Hollande, sucesivamente, con sus respectivas cohortes detrás. El Frente Nacional, que es la primera fuerza francesa pero que seguramente no alcanzará el poder por el cordón sanitario que tienen establecido los constitucionalistas, es el gran beneficiado de la débacle.

En España, la decadencia de los "viejos partidos" ha conducido al surgimiento de las nuevas organizaciones, con la aparición de una nueva clase política, que no ha arrinconado del todo al viejo establishment pero que ha cambiado casi todo, desde la liturgia al estilo. Y uno de los dos grandes referentes de la ya larga etapa democrática, el PSOE, está experimentando en su seno el vértigo de una renovación integral, poco complaciente con las antiguas inercias y con la indolencia del establishment.

En definitiva, el mal francés, que podría identificarse con el hastío que producen las políticas desacreditadas, que da lugar en muchos casos a una renovación descontrolada (el Brexit, Trump), se ha convertido en el viento dominante en todas partes y amenaza con arrasarlo todo.

Lo malo no es el cambio, evidentemente, sino la improvisación, el siempre arriscado salto a lo desconocido. Si los franceses exacerbasen su exasperación y Marine Le Pen llegara, como un Trump cualquiera, a instalarse en el Elíseo, las vigas maestras de Europa se derrumbarían y la vieja aventura integradora se abocaría a su dramático final. El ejemplo norteamericano debería disuadirnos sobre todo a los franceses y convencernos de que es vana la esperanza de que los radicales, una vez encumbrados, se moderarán por la fuerza del cargo: estamos todos tan acostumbrados a ver cómo los políticos hacen en el gobierno lo contrario de lo que prometieron en campaña que no podemos entender que quien promete, cumpla. Y esto es lo que demuestra la aventura americana: jugar con fuego y dar paso a los radicales de cualquier pelaje puede provocar incendios imprevisibles e incontrolables.

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