Diario de Mallorca

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Estados Unidos es un país admirable. Fue el primero en poner en marcha una revolución contra el poder aristocrático imperante durante milenios y el primero en tener una Constitución que proclamó las libertades que exigimos hoy. Pero Estados Unidos es también un país detestable. Permite la tenencia y uso particular de armas de fuego, incluso de guerra, abunda en racismos y mantiene la pena de muerte en buena parte de su territorio.

En ocasiones, esas dos caras pertenecen a la misma moneda. Lo hemos visto con el juramento del nuevo presidente, Trump, un acto que se suponía institucional y fue convertido por su protagonista en mitin populista y xenófobo. Pues bien; tan digno de admiración es que cualquier ciudadano, como dice el proverbio, pueda llegar a ser presidente de los Estados Unidos siempre que cuente con un respaldo económico inmenso como deleznable resulta el que alguien como Trump llegue a ocupar la Casa Blanca.

El haz y el envés nos llevan a un problema con el que no contábamos en este maldito siglo XXI. No estaba previsto que el Imperio planetario, lo que queda de él, entrase en la misma vía de dudas y amenazas que tenemos, a izquierda y derecha, en Europa. No necesitábamos gasolina añadida al fuego de los nuevos ismos redivivos, el integrismo, el populismo y el nacionalismo. No nos convenía que se esfumase el sueño americano.

Pero a la vez que saltan todas las alarmas, en el mismo instante en que Trump insulta a su propia Historia, Estados Unidos vuelve a darnos una lección. Llega de la mano de los centenares de miles de personas que se echaron a la calle a decir que no. Quizá sea impropio comparar este movimiento con la lucha civil contra la guerra del Vietnam de hace medio siglo, sí, pero al menos vuelven unas sensaciones que dábamos ya por perdidas. Un ejemplo acerca de lo que cabe hacer cuando parece que la derrota ha llegado, cuando tememos que el monstruo tiene vía libre por delante. A la vez que buena parte de los europeos, la mitad casi, ha depositado sus esperanzas en populismos emergentes sin que la otra mitad diga nada, en los Estados Unidos se abre paso un un camino nuevo, Lo construyen, además, sobre todo las mujeres, que son el primer colectivo capaz no sólo de entender la amenaza de Trump y los suyos sino de salir a la calle a denunciarlo.

Es probable que los logros, tímidos en muchos casos, de la presidencia de Obama puedan ser anulados con una simple firma en un decreto desde el primer día en que Trump ocupó el trono. Pero al recién investido presidente le costará mucho más terminar con los valores que han hecho de la sociedad estadounidense un ejemplo a seguir. No estaría de más recordarlo ahora que habrá que clamar a menudo contra el nuevo emperador: si Trump ha llegado hasta la cumbre de poder del mundo es gracias al esfuerzo y el sacrificio de las mujeres y de los hombres que nos enseñaron a decir que no. A veces es necesario darse cuenta de que no se puede tener en el bolsillo la cara de una moneda sin tener que cargar a la vez con la cruz.

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