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El fin de la nivelación

Hasta la gran crisis de 2008, que coincidió con el auge irreversible de la globalización, los países occidentales registraban una creciente nivelación ideológica, que se caracterizaba por la proximidad de las opciones antagónicas que competían en los procesos electorales y se disputaban el poder. Aquel fenómeno facilitó, por ejemplo, el gran consenso constitucional español de 1978, ya que no resultó demasiado difícil aproximar posiciones y encontrar lugares comunes entre los actores que convergieron en aquella coyuntura.

Últimamente, sin embargo, aquel consenso prácticamente global, que se había acentuado en torno al cambio del milenio y que llegó a ser una especie de "pensamiento único" que representaba algo parecido al "fin de la historia" (Fukuyama), decayó ostensiblemente al hacerse evidente que la fractura provocada por la recesión segmentaba la sociedad, tanto a escala nacional de los distintos países como global, y generaba potentes grupos de descantados, disidentes de la corriente común, que se desmarcaban del discurso dominante. Surgieron los populismos, empeñados en ofrecer recetas que en el fondo representaban un rechazo a la corriente neoliberal y el ensayo de nuevas formas de gobernanza y distribución del poder y de la riqueza.

Y en esas estamos. Con Trump ya en la Casa Blanca como exponente máximo de este surgimiento populista aún sin contrastar y con todas las dudas imaginables sobre las consecuencias de esta exótica y peligrosa aventura. El futuro está por escribirse pero ofrece pocos motivos para el optimismo y la esperanza.

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