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Jose Jaume

Con Donald Trump llega por fin el siglo XXI

El siglo XX se alumbró con el trágico reventón de la Gran Guerra de 1914. Ha sido un siglo corto: los historiadores marcaron su fin en la década de los ochenta, concretamente en 1989, al desmoronarse el muro de Berlín, la quintaesencia del totalitarismo comunista en Europa. La siguiente centuria, la actual, parece que obtuvo el certificado de nacimiento cuando correspondía: en 2001. Fue el 11 de septiembre, en Nueva York, dónde si no. Pero el parto no había culminado. El siglo XX se resistía ha desaparecer o hacerlo dejándonos herederos de muchos de los conflictos incubados en su seno a lo largo de décadas. Ahí sigue el de Oriente Medio, irresuelto desde la implosión del imperio Otomano, nada menos que en la década de los veinte del siglo.

Hoy sí que puede anunciarse que el siglo XXI obtiene su cabal carta de naturaleza. Hoy, sí; hoy amanece la nueva centuria. Esta tarde, a las seis hora española, mediodía en la costa este de los Estados Unidos de América, Donald Trump jurará el cargo de cuadragésimo quinto presidente e iniciará un mandato en el que el mundo que hemos conocido puede saltar literalmente por los aires, porque si Trump frena la que parecía imbatible globalización, nos adentraremos en un mundo peor o mejor está por saberse, pero esencialmente diferente.

La trompetería con la que llega Trump es muy estridente. En Europa ha envalentonado hasta la entraña al Reino Unido del Brexit. Con Trump concluye la Unión Europea diseñada para que las grandes corporaciones multinacionales camparan a sus anchas. Será chocante, pero puede suceder que el proteccionismo que trae Trump obligue a la Unión Europea a rectificarse a sí misma, a volver a querer parecerse a la que quisieron construir los fundadores en los inicios de la década de los cincuenta, cuando el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial era todavía un presente muy vivo. Sin el Reino Unido, Europa tendrá una oportunidad de ser también una unión política y no exclusivamente un mercado abierto. Falta saber cuál es la verdadera predisposición de Alemania; si está en condiciones de domar a los gobiernos nacionalistas autoritarios, casi neofascistas, del antiguo este comunista, especialmente al polaco y húngaro.

Trump arriba con muchas más novedades: la OTAN, la intocable alianza militar de la guerra fría, parece importarle muy poco. Mala noticia para los europeos, acostumbrados a dejar en manos americanas la colectiva defensa del continente. También hace acto de presencia exhibiendo simpatías, sino sintonía, con la francesa Le Pen. Nadie apuesta por su victoria en la presidenciales de la primavera. Nadie apostó por Trump. Nadie lo hizo por el Brexit. La izquierda francesa ha desaparecido. Mejor dicho: se ha esfumado el partido socialista. La izquierda se recompondrá sin él. En Alemania, el SPD, el partido socialdemócrata, transita por debajo de la frontera del 20% en intención de voto. Porcentaje ridículo para una organización que basculaba entre el 40 y el 35% de los sufragios. El mapa político europeo se recompone aceleradamente. En la era Trump, el llamado populismo de derechas cobra fuerza. El desde hoy presidente norteamericano le ha espetado a Merkel la torpeza con la que ha manejado el asunto de los refugiados, drama en el que la izquierda del continente se emperra en no querer entender nada de nada. Lo suyo son las buenas intenciones. Los brazos abiertos sin ofrecer una alternativa viable. Así le va. Despropósito que añadir al despropósito socialdemócrata de haber endosado sin rechistar la política económica liberal que ha depauperado a las clases medias y trabajadoras. Rajoy, en España, lo ha hecho a conciencia. Por eso en Estados Unidos ha llegado Trump. Por lo mismo en Europa la socialdemocracia desaparece aceleradamente y emerge la derecha populista, para sus patrocinadores derecha alternativa. Por eso nace el populismo de izquierdas, para quienes le votan la verdadera izquierda. Por eso el partido demócrata norteamericano ha fracasado con Clinton. ¿Qué hubiera sucedido de ser el senador Sanders el candidato presidencial?

Todo está mutando velozmente. Trump prueba que lo imposible se materializa. La Administración que gobernará desde hoy es una inédita e insólita mezcla de financieros, de lo peor del sistema, y militares del ala dura. Es una carta de presentación que permite aguardar lo peor. Se aduce que los engranajes constitucionales de Estados Unidos limitan la capacidad de acción del presidente. Obama, lleno de magníficas intenciones, ha fracasado en muchas, incluida la que para medio mundo era emblema: cerrar Guantánamo. ¿Parará la institucionalidad americana la guerra comercial que Trump anuncia que lleva incorporada? No parece probable. Vuelve a resonar, con brío, la proclama que otro presidente, Monroe, enarboló en los inicios del siglo XIX: "América para los americanos". El imperio español en Latinoamérica fue el pagano. La emancipación generó dictaduras sin pausa y, cómo no, el dominio de los norteamericanos. Pero la potencia de lo dicho por Monroe fue enorme. Algo parecido está haciendo Trump al embestir contra la globalización. El susto de los líderes chinos, nominalmente comunistas, es considerable. Los europeos simplemente están atónitos. Putin, el más listo, sonríe. El planeta puede ser puesto patas arriba. El siglo XXI ha acabado de nacer.

Acotación al margen. El PP ha culminado la charranada: apoya a Xelo Huertas, le permite seguir en la presidencia del Parlament con un único propósito: desgastar al Govern. Le importa un bledo el prestigio y dignidad de las instituciones. No le preocupa que el Parlament quede enfangado. La dirección del PP y la del grupo parlamentario se está caracterizando por la bajeza. Es muy rastrero lo que lleva a cabo. En cuanto a Podemos, su inacabable desastre, incompetencia y no menos bajeza que la exhibida por el PP, lo deja a los pies de los caballos. Xelo Huertas demuestra, a su vez, la nula talla política que se le suponía y su inexistente ética. PSOE y Més son los convidados de piedra. Lamentables actores secundarios, incapaces de poner un poco de sensatez a la astracanada que se desarrolla en el Parlament, sin que al fin y al cabo concite excesiva atención. El interés ciudadano nunca ha sido notable.

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