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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Una mujer (muerta) como yo

La penúltima mujer asesinada por su pareja era de mi pueblo. De mi edad, como su verdugo. Está más que dicho y contrastado que el machismo se cobra víctimas de toda clase, condición y perfil. Pero cuando las cuatro pinceladas de la biografía de una ciudadana normal y corriente te recuerdan tanto a ti misma y además has compartido todos los paisajes de tu infancia y adolescencia se produce una identificación aterradora. ¿Me pasaría a mí? ¿Sería capaz de verlo venir? ¿Alguien está a salvo? Blanca Marqués, la hija de la directora de la escuela pública, la hermana de Carmelo, el chico de la tienda de chuches delante de casa, el que me sostenía la puerta para que entrase en el portal con el carrito gigante de los bebés. Conocidísimos y queridos. 48 años, trabajadora e independiente. Una apasionada de trotar por el mundo, que había conocido hace año y medio a su novio precisamente por esta afición común que desencadenó la disputa que acabó en crimen. "No sé por qué lo hice. Discutimos por un viaje. Me abrió la puerta para echarme de casa y la agarré del cuello, apreté..." Así se lo contó él, Javier Nieto, a la jueza. Luego la envolvió en una manta, esperó a que se hiciese de día y salió a la calle de las Maestras, que hace un tiempo tenía el nombre de un combatiente franquista y se rebautizó a conciencia en elogio de un colectivo femenino, como la aledaña se llama de las Lavanderas. Una vía superpoblada que conecta el ayuntamiento con la iglesia donde ella hizo la comunión junto a mi mejor amiga décadas atrás. Y la metió en el maletero. Una vecina vio la escena, tan de película de miedo, y avisó a la policía. Él se fue hasta un puente apartado en otro pueblo y la tiró al río donde todos nosotros aprendimos a nadar, el que alimenta el parque donde tanto jugamos, el que buscábamos para pasar un rato a oscuras con nuestro primer ligue. Allí sigue, porque baja crecido y salvaje y las labores de rescate son muy difíciles. La espera es otro trago para su familia.

Mi hermano fue a la manifestación de repulsa en la plaza de las Eras, donde mucho hemos bailado en fiestas. Todo el pueblo estaba allí, con sus amigos y allegados que todavía no se lo creen. Todas mis amigas, alumnas de su madre y que compartían el chat de quintas, se sumaron, y los hombres de la cuadrilla también. Impotencia y rabia. Mi hermano antes iba a las concentraciones contra el terrorismo, ahora vivimos una lacra que no se para y no se combate con la unidad de acción que mereció aquél. No hay escoltas pagados con nuestros impuestos para las que ven venir el peligro, ni tampoco educación activa contra la reacción violenta, ni se habla en el Parlamento. El machismo no genera la respuesta de repulsa que merece, no se ve como la amenaza que es para la seguridad de las mujeres y los niños. El machismo no se está combatiendo por tierra, mar y aire desde la escuela. Blanca Marqués era funcionaria de la consejería de Derechos Sociales del Gobierno de Navarra y sindicalista. Concienciada. Ni por esas se libró de la fuerza bruta. Después de tirarla al río, el asesino conversó con amigos por las redes sociales y al día siguiente avisó con un mensaje a la hermana de su víctima y se entregó. Un vistazo a su perfil sirve para encontrar que tiempo atrás había destacado y enmarcado unos versos de Joaquín Sabina: "Y si quieres también, puedo ser tu estación y tu tren, tu mal y tu bien, tu pan y tu vino, tu pecado, tu dios, tu asesino". Palabras. Poesía, si quien la dice no tiene tu cuello entre sus manos.

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