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Norberto Alcover

Los gritos del silencio

La democracia para nada está asentada del todo en lugar alguno del mundo. Y en absoluto escribo pensando en los islamistas que nos impregnan tanto y corroen nuestra esperanza con sus atentados sistemáticos. No, no va por ahí. Tan siquiera me refiero a los grupos ultraderechistas y también antisistemáticos que nos interrogan cada mañana con sus avances electorales. Desde que comenzamos a dejarlo pasar todo de todo, en aras de un pensamiento primero líquido y después ligero, comprendí que las fuerzas tradicionalmente ambiciosas y opositoras a un devenir sin conciencia, se estaban hundiendo en este magma de indiferencia, de lejanía, de autorreferencialidad, expresión que repite una y otra vez Francisco, pero que para nada coarta el fundamentalismo de los "guerreros históricos", tanto a la derecha como a la izquierda.

Mientras unos avanzan, los ambiciosos y opositores de antaño se han entregado a una vida plácida de instalación regulada en lo que priva, que es el mantenimiento del estatus quo, abandonadas las nobles exageraciones en beneficio de una mediocridad de todo tipo. Incluso el 11M es un recuerdo imposible de actualizar porque nos da vergüenza ante sus consecuencias. Comprenderán que el CUP y Bildu no nos garantizan la democracia. A pesar de que se sirvan de ella. En fin que, no demos por asentado lo que no lo está. Por mucho que nos provoque el escribirlo y leerlo. Así pues, es nuestro deber democrático estar alerta y proceder para evitar un desencanto mayor, entre tanto salvajismo ideológico y político. Quedarnos en el pantano de la neutralidad, nunca.

Seguro que muchos norteamericanos que en su momento permanecieron en sus casas hace meses, ahora se tiran de los pelos. Se dijeron que el asunto de elecciones y urnas era una pantomima más del sistema deleznable. Y ahora mismo asisten estupefactos a la entronización de un tal Trump. Mañana mismo, casi nada. Y a estas alturas no lo pueden evitar. Y tal vez comiencen a probar el aceite de ricino por boca que les endilgará el magnate sin contención ni verbal ni resolutiva. Perdieron el momento, y el sistema les regaló un resultado peor, mucho peor de lo que vivieran anteriormente. Obama era de tez morena, defensor de los menores del pueblo, pactista internacional, detestable, pero ahora mismo se encontrarán con quien representa lo peor de la sociedad anglosajona-norteamericana: totalitarismo, contra-raza, economicismo, ambivalencia histórica. "América para los americanos" y "Dios salve América". El dólar sacrosanto, en el altar del señor Trump, con su pelo amarillento y lacio. Menuda decisión a la hora de no votar para no contaminarse.

El puritanismo político es una fatalidad que azota las conciencias de nuestra sociedad, y apartándonos de todo lo que signifique optar por alguien o algo imperfecto, acaba por endosarnos aquello que nunca hubiéramos ni elegido ni precisamente deseado. Hay mucha gente así. Puede que por desencantos anteriores. Puede que por haber recorrido un camino de implacable búsqueda de lo perfecto, cada vez mejor, hasta que han sido víctimas de un purismo que les sitúa sobre toda opción propuesta. Así no se vive? o se vive dejándole las decisiones colectivas a quienes votaron por imperfecciones, pero votaron, optaron, eligieron, aceptaron un margen de mediocridad en su vida. En ocasiones, lanzaron rayos y centellas contra sus objetos de elección, pero sabiendo que era preciso volver a la carga porque en ello le iba la vida a la democracia como sistema no solamente socialmente también antropológico.

Trump ya está ahí. Lo han encumbrado quienes le votaron, pero también quien le despreciaba pero se abstuvieron por hartura o por lo que fuera. Y va a durar un largo tiempo. Y nos va a perjudicar a casi todos. Porque los populistas?que casi siempre son también nacionalistas un tanto radicales, acaban en su propio laberinto. Y entonces se nos hace imposible escuchar los gritos del silencio lanzados por tantos y tantas que callaron cuando era necesario definirse. La democracia se conjuga con responsabilidades. Aunque huelan mal. Hay que aprender a taparse las narices con una voluntad solidaria implacable.

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