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Antonio Tarabini

Optimistas, pesimistas y escépticos

Fue simple casualidad que la muerte, a los 91 años, de Zygmunt Bauman coincidiera con la fecha de la publicación de mi última colaboración "lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer". Acudí a la expresión" modernidad líquida", que el sociólogo polaco popularizó, para definir y denunciar las desigualdades, inseguridades y debilidades que azotan las sociedades occidentales, incluida la nuestra.

En la sociedad que nos ha tocado vivir y convivir, que algunos definen como posmoderna (?), están pasando cosas imprevistas, incluso para quienes en principio disponen de los mejores instrumentos para conocer la sociedad y anticipar su posible evolución: resultados electorales desconcertantes (Trump en EE UU, las perspectivas en Francia, Holanda?), pérdida de referendos contra todo pronóstico (el brexit del Reino Unido, y el rechazo de Renzi en Italia), avance de fuerzas políticas reaccionarias, la extensión del terrorismo lejos de los focos de los conflictos bélicos, la presencia masiva e intensiva de refugiados huyendo de la guerra y la hambruna convertidos en invisibles ante la hipocresía europea.

Y a nivel más próximo, si continuamos sobreexplotando los recursos del planeta, y no damos importancia al cambio climático, nuestros nietos afrontarán situaciones conflictivas prácticamente inevitables. La globalización económica, así como la criminal y la terrorista, ya forman parte de la realidad. Las redes sociales pueden ser muy útiles y la vez una trampa. Posibilitan en principio una más y mejor intercomunicación, pero al mismo tiempo la soledad es la gran amenaza en estos tiempos de individualización que vivimos. Si las relaciones profesionales/ laborales se pretenden consolidar desde la inestabilidad, el arraigo será un sueño y las expectativas una quimera.

Hoy por hoy, nuestra única certeza es la incertidumbre, donde los miedos campan a sus anchas. El pabellón de los desconcertados está formado por gente de variada procedencia, tanto de derechas como de izquierdas, los conservadores clásicos y los pijos progresistas, el partido Republicano americano y los Clinton, los socialdemócratas y los democristianos europeos? En tiempos de fragmentación como los que vivimos, lo único transversal es el desconcierto, aunque a la derecha le suele durar menos. Por lo general, los conservadores se llevan mejor con la incertidumbre y no tienen demasiadas pretensiones de formular y revisar ciertos parámetros de la sociedad mientras las cosas les funcionen. La izquierda suele sufrir más con la falta de claridad y tarda mucho tiempo en comprender porqué los trabajadores y parte de las denominadas clases populares militan en el populismo y votan a la extrema derecha. De ahí el amplio debate acerca de qué debe hacer la izquierda (la vieja y la nueva) para recuperar alguna capacidad estratégica en medio de una situación que ni comprende ni, por supuesto, controla.

Las elites, los que están en posiciones de poder, no entienden lo que está ocurriendo. Viven en entornos cerrados que les impiden ver lo corrosiva que es la persistente desigualdad y la diferencia de oportunidades. Lo que no les exime de la responsabilidad de indagar en las causas de ese malestar y pensar que tal vez estén haciendo algo mal. No hay experiencias compartidas ni visión de conjunto; tan solo la comodidad privada, de unos, y el sufrimiento invisible de otros. Quienes se han turnado en la dirección de los asuntos públicos no han entendido lo corrosivo que está resultando para la democracia una persistente desigualdad y la diferencia de oportunidades. Y los "nuevos" comenzaron con fuerza y bríos, pero se están chamuscando lentamente en su propia hoguera. Insistir únicamente en los parámetros participativos de la nueva política, en que la globalización ofrece muchas oportunidades y el racismo es malo, es algo que solo vale para tener razón, pero no sirve para hacerse cargo de por qué resulta tan irritante el elitismo político (el viejo y el nuevo). Una de las consecuencias de esta ruptura es la incapacidad de entenderse unos a otros, no solamente desde el punto de vista de compartir objetivos comunes, sino también desde hacerse cargo de lo que les pasa a los otros, de las razones de su malestar, lo que incluso puede conducir a que los trabajadores y parte de las denominadas clases populares se dejen seducir por ofertas políticas basadas en simples.

Tal sociedad "líquida", repleta de inseguridades e incertezas, no permite optimismos vacuos, pero tampoco pesimismos radicales. Bauman, junto con muchos otros, se instala en un escepticismo activo que nada tiene que ver con el placer de mirarse el propio ombligo. No niegan la realidad existente, pero no la dan por inevitable. La posibilidad de cambio de una realidad (política, económica, social, cívica, cultural?) como la nuestra, compleja y cambiante, solo es posible desde una acción guiada por la lucidez y cierta capacidad de duda, y no desde un despotismo ilustrado (y frecuentemente sin ilustrar).

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