La visita a Palma el pasado martes del ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, ha vuelto a echar un jarro de agua fría sobre las legítimas aspiraciones de Balears en cuanto a financiación autonómica y dotación de infraestructuras por parte del Estado. El ministro se limitó a dar largas sobre las cuestiones pendientes y a vincularlo prácticamente todo a los acuerdos que se puedan establecer con Canarias y a la capacidad de acuerdo entre PP y PSOE por lo que respecta a los Presupuestos Generales del Estado.

Balears vuelve a quedar a expensas de los demás, como si fuera una comunidad de segunda categoría que recibe solo los servicios y dotaciones de los cuales puedan prescindir otros. Una vez más vuelve a quedar patente la nula capacidad de influencia institucional y política de los cargos electos de las islas. Eso, por una parte, porque, de otra, también se reafirma la falta de sensibilidad y sintonía del Gobierno de turno en Madrid. Da igual si hay afinidad política o no entre La Moncloa y el Consolat de Mar. Sea como sea, nadie se acuerda con eficacia de Balears, más allá del paseo protocolario por el Passeig Marítim de Palma o la visita vacacional en verano.

Pero no se puede dejar todo a expensas de la afinidad o la conveniencia política. Hacerlo significa una falta de madurez democrática y una carencia de responsabilidad en el ejercicio de la función pública. Habrá que seguir insistiendo, una y otra vez, para que el Estado adecue la financiación autonómica de manera justa y asuma la parte que le corresponde en cuanto a la dotación de infraestructuras.

Íñigo de la Serna se comportó, en su visita a Palma, igual que si se empezara de nuevo, del mismo modo que lo hace quien desconoce los temas que son propios de su departamento, el ministerio de Fomento, y que tiene la responsabilidad y la obligación de abordar.

Todo se estudiará

Todo se estudiará. Este es el único compromiso alcanzado. El cambio de titular no supone ningún avance para Balears ni anima a albergar nuevas esperanzas de solución.

Están en juego cuestiones tan trascendentales para un territorio balear como el establecimiento de una tarifa plana en los vuelos interislas, la solución del descuento aéreo para los viajes en grupo o el nivel de participación del Estado en las bonificaciones del transporte marítimo. Nada nuevo, pero tampoco ninguna solución nueva incluyendo en esta falta de compromiso la deuda estatal de 240 millones del Convenio de Carreteras o la participación del Gobierno Rajoy en las infraestructuras ferroviarias de Mallorca.

La única respuesta más o menos clara de Íñigo de la Serna fue la negativa a abrir la cogestión aeroportuaria que le planteó Francina Armengol. Todo lo demás vinculado a los aeropuertos fue remitido a la reunión del comité de coordinación sobre la materia que se reúne mañana en Palma.

Tampoco quedó resuelto el planteamiento realizado por la presidenta del Govern en el sentido de que el banco malo (Sareb) ceda parte de los inmuebles que tiene vacíos en las islas para ampliar la oferta de vivienda pública en alquiler. Según el ministro, un plan estatal dirá qué se debe hacer en este apartado.

En pocas palabras, la visita del titular de Fomento ha resultado decepcionante. No basta con la intención de tratar las cosas “con cariño” como cuando se le habla del Baluard del Príncep. En el contexto y tono en el que fue pronunciada, la expresión concuerda poco con el aprecio y conocimiento de la realidad y las necesidades de Balears. Ni siquiera garantiza que haya un cambio de dinámica.