Diario de Mallorca

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Llorenç Riera

Nunca respetamos ni aprendemos del agua

Ha llovido con insistencia y generosidad y, según las previsiones, lo seguirá haciendo hoy y mañana. Más que sobre mojado, lloverá sobre encharcado. Es como si la naturaleza se propusiera en tres días saldar cuentas pendientes de todo un año pero, bien mirado, nada nuevo. El clima mediterráneo sigue comportándose con fidelidad a sus características.

Salvo precipitaciones muy puntuales, desde el domingo a hoy ha llovido con ganas pero bien, con constancia y hasta cierta armonía. Sin embargo, el maná para los acuíferos y las necesidades hídricas de la isla con sobreocupación turística, se anega sobre infraestructuras estándar, alérgicas a la realidad de su ubicación y víctimas de la improvisación y la prisa. También sobre el abandono de fora vila. El mantenimiento y desbroce de los torrentes, por otra parte claramente insuficiente a la vista de tanta maleza, ya no basta para educar y canalizar el agua. Entonces, con todo ello, es cuando secuestra a los coches de las carreteras, la gente ya no puede salir o llegar a su casa ni acudir al trabajo. Fluye el paraíso del 112, el hábitat de los bomberos, la necesidad de solidaridad y resignación. También una dosis de impotencia. Son las escenas vividas y padecidas ayer. Pero esta no es la Mallorca inevitable, es la Mallorca que hemos malcriado y ahora, igual que el adolescente falto de tutela, se ha vuelto indomable. Cuando no se puede permitir prescindir de lo uno ni de lo otro, la isla está mejor preparada para recibir turistas que lluvia. Grave desequilibrio expuesto a la orfandad de solución.

Por eso mismo la Mallorca que nunca cierra hoteles por fenómenos meteorológicos externos al calendario de la estacionalidad, se ve abocada hoy, en prevención de vendavales y nuevas lluvias, a cerrar los colegios en 17 municipios. En contra de las apariencias, la falta de relación entre una cosa y otra es ficticia. Hemos renunciado a la sabia lección del agua y de la lluvia, nos la tomamos como fenómeno incómodo y extraordinario cuando nunca ha habido nada tan natural, imprescindible y ordinario.

La lluvia no anega ni se desborda por capricho. Es su forma de llamar la atención y de reivindicar su espacio. Seguirá así hasta que sea tomada en serio y nos reconciliemos con ella. Será el día en que pongamos el desagüe en su lugar y no obliguemos a la carretera a ejercer de presa de contención. Mucho mejor si volvemos también a limpiar el torrente y labrar el campo. Será entonces igualmente cuando se podrá llegar a Campos y Porreres sin mayor problema y el patrimonio de la Humanidad de los marges de la Serra no se desprenderá por humedad. Podremos dejar de confundir lluvia con inundación.

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