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Antonio Papell

¿De verdad nos interesa la educación?

El informe PISA de la OCDE, que como es conocido mide cada trienio tres capacidades concretas de adolescentes de 15 años, ha desencadenado un alud de interpretaciones, casi todas políticas en el sentido más ruin de la palabra: inexplicablemente, el ministro del ramo ha pretendido transmitir una euforia absolutamente fuera de lugar (y no sólo porque acabe de llegar, como quien dice, al cargo, por lo que no tiene espaldas que cubrir), las comunidades autónomas han interpretado que estaban inmersas en una competición entre ellas, los partidos han efectuado su proverbial ajuste de cuentas, y la mayoría de expertos ha corrido a arrogarse méritos, viniera o no a cuento. Y, como casi siempre, se ha abierto el absurdo debate de si lo que falla es el método o el presupuesto, cuando la realidad refleja que no nos hemos preocupado realmente de la calidad del sistema educativo, que además hemos dotado muy insuficientemente.

Pocas voces se han atrevido a realizar, en esta ocasión, un diagnóstico realista, porque si PISA nos ha situado en mitad de la tabla, más o menos en el promedio de los países de la OCDE, la realidad es que el dibujo resultante, regionalizado, ha descrito a un país muy fracturado internamente, con regiones que se acercan a la excelencia de Finlandia y otras que ronzan la mediocridad tercermundista. Pero, además, PISA, que vale para lo que vale, no ha detectado que España es el país con más abandono escolar temprano de Europa y uno de los tres con mayor tasa de repetición.

Las grandes diferencias internas entre regiones se deben, en buena medida, a razones históricas, de depresión intelectual vinculada al ambiente familiar. En zonas deprimidas con elevado analfabetismo reciente, cuesta que despegue una educación de calidad? A menos que se supla esta carencia mediante una precoz atención infantil, escolarizando el tramo de uno a tres años, en el que el aprendizaje fuera de casa puede ser decisivo (Rubalcaba, que también es experto en esta materia, lo ha destacado con inteligencia). Por lo demás, y como ha destacado el economista Garicano en un sensato artículo, las preocupaciones "educativas" más recientes han versado sobre las reválidas (que pueden ser un símbolo pero no son la quintaesencia de los males que aquejan a nuestro modelo) y sobre los deberes escolares, como si la ociosidad de los discentes y la conversación familiar tuvieran más trascendencia que las habilidades que la escuela es capaz de transmitir a las generaciones emergentes, en una época en que el mercado clasifica implacablemente a los trabajadores por sus aptitudes.

El citado articulo de Garicano, que pasa revista a las carencias del sistema y consiguientemente a la escasa inventiva de este país, destaca oportunamente la apatía con que la opinión pública asiste al desnudo vergonzante de un rector plagiario en la Universidad Rey Juan Carlos, como si el caso no fuera relevante? Indiferencia que tiene que guardar alguna relación con el caso reiterado de varios políticos en activo que han mentido como bellacos en su currículum vitae, y que, tras ser descubiertos, ni han sido expulsados de la ceremonia publica por sus conmilitones ni han dejado de ser votados significativamente por los pacientes electores.

Parece, en fin, que no hemos entendido que este país no subirá de nivel ni avanzará significativamente si no mejora el capital humano, si no se invierte más en educación y en investigación, si no se introducen nuevas actividades punteras de mayor valor añadido a cuyo frente estén expertos capaces de contribuir con su ingenio al desarrollo y al progreso. Y si no avanzamos en esta dirección, seguiremos siendo un país frágil, en que cualquier conmoción nos sumirá de nuevo en una colosal crisis que sepultará otra vez a una o a varias generaciones.

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