Con prisas periodísticas, no me resigno a silenciar que tal día como hoy el actual Sucesor de Pedro en la Iglesia Católica cumple 80 años. Seguramente los medios le dedicarán un recuerdo afectuoso, especialmente por la cantidad de páginas que les ha permitido llenar desde que ascendió al solio romano hace ya siete años, casi. Pero los que importan hoy son sus ochenta años, llevados con una dignidad admirable, primero como jesuita y más tarde como papa, en una excelente solución de continuidad que ha sido una bendición para la Iglesia y para sociedad. Dudarlo sería una brutalidad típica de la postverdad, como analizábamos hace quince días. Si, desde aquí, desde Mallorca, que visitó hace algunos años para honrar la memoria de San Alonso, en Montesión, felicidades, Francisco, amigo, compañero y mentor. Que Dios te siga acompañando? y tú mismo le sigas acompañando a Él. Como si tal cosa, así, sin estridencias, entre personas corrientes, hecho tú mismo uno más en cárceles, en hospitales, junto a refugiados y repetidos inmigrantes y gente sin que nadie les abrace salvo tú. Felicidades, mi querido Francisco.
Pero lo más relevante de tus 80 años es lo que nos has enseñado día tras día. Porque nos regalas sin cesar un reguero de calidad humana inolvidable y la permanente lección de la necesaria devoción a la inteligencia asumida desde la práctica del amor a los más débiles. Es decir, proceder desde la experiencia de la debilidad a la hondura del pensamiento, y al revés. Pero siempre como continuidad de ese Jesucristo Dios y Hombre al mismo tiempo. Gracias, humilde Bergoglio, el de los pasos un tanto a trompicones y el de esa sonrisa solamente entristecida por la injusticia. Gracias.
En fin, que lo pases bonito y que te dejes abrazar por todos, creyentes e increyentes, con tantísimos abrazos como seguramente te llegarán del mundo entero. Ah, y, de momento sigue. Aunque te cueste. Muchísimos estamos a tu lado.
