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Cuba: tremendo país

Una isla tremenda como aseguran allá y no sólo por su belleza ya que, en cada visita, me ha sorprendido y a un tiempo fascinado, decepcionado u obligado a modificar algunas de mis anteriores convicciones. Tal vez no volveré más nunca, aunque no será por falta de ganas y es que, dejando aparte mi daiquiri en el Floridita y mi mojito en la Bodeguita por remedar a Hemingway, aunque el segundo es mejor y más barato en el O'Reilly, también en La Habana, Cuba es toda una panoplia de contrastes.

El reciente fallecimiento de Fidel Castro ha propiciado estas semanas un sinfín de análisis, opiniones y comentarios que convertirían en redundante cuanto pudiese decir, de modo que me ceñiré a algunas de las impresiones recibidas en años pasados. Los graffitis en las paredes ("Cuba persevera y triunfa", "Progreso sin capitalismo", "Ujotacé [Unión de Jóvenes Comunistas] siempre contigo", "La dignidad nunca muere"?) chocaban en ocasiones con una cotidianidad que para muchos es una pesada carga; la canasta alimentaria básica que se reparte no basta, y un taxista puede ganar con las propinas que recibe en un solo día lo que cualquier médico hospitalario en todo el mes. Sin embargo, para sí quisieran algunos países del entorno la escolarización gratuita o una sanidad universal. Supe del placer de unos palos (tragos) en buena compañía y al son de boleros en el Dos Gardenias, o que los camarones en púa y frangollo de postre, en una paladar cualquiera de las existentes, pueden hacer de ti un privilegiado mientras recuerdas con sorna algunas picardías que aportan a la par un mucho de docencia solapada. Para muestra, aquí tienen un par.

Tras una de mis estancias en el Instituto Oncológico de La Habana, invitamos a Mallorca al médico con quien manteníamos la colaboración: un profesional competente y con manifiesto interés por compartir experiencias y acceder a novedades no sólo a través de las revistas de más prestigio en su especialidad, sino también a cierta literatura de difícil acceso para los cubanos. Esa fue la razón por la que, en uno de nuestros paseos por Palma y frente a la librería, me ofreciese a regalarle un par de volúmenes que pudieran apetecerle. "No hay cráneo" (no te preocupes) -me respondió complacido-, aunque hay uno que me gustaría si fuera posible: el Kamasutra. No voy a descubrirles con estas líneas si logró su deseo, pero hizo patente que hay pulsiones que priman por encima del estatus, profesión o ideologías, y tal evidencia me lo hizo si cabe más cercano mientras él, los ojos bajos, musitaba. "Tú sabes chico cómo son éstas cosas? No fueras a pensar que soy un paya (bocazas), pero saber más nunca viene mal?".

Otra vivencia que a veces me viene a la cabeza por singular y reveladora, sucedió a través de Yodelkis, un chaval a quien habíamos conocido en Santiago y al que llevamos algunos regalos en el siguiente viaje. Nos presentó a toda su familia que, agradecida, decidió organizar para nosotros (fui desde aquí con otro colega) un rito de santería en cayo Gramma, que así se llama la islita cercana a la ciudad. Se trataba, según dijeron, de un Membé del monte en el que dos mujeres, madre y abuela del chico, serían poseídas (montadas, y de ahí quizá el nombre) por los espíritus y, ya en trance, por sus bocas conoceríamos algo de lo por venir. El escepticismo no fue óbice, así que, desde el hotel Casagranda y tras comprar tabacos y ron para amenizar el evento, allá que nos fuimos con otros cuantos de la familia y más crédulos. Empezaron las invocaciones de rigor cuando de pronto la abuela cayó al suelo presa de convulsiones que me alarmaron; supuse que podía tratarse de una crisis epiléptica y, en previsión de que se atragantara o quedase sin respiración, me apresuré a arrodillarme junto a ella con intención de meterle los dedos entre los dientes y evitar un accidente que pudiera tener fatales consecuencias. Fue entonces cuando, yo a punto de actuar, la anciana abrió un ojo y, detenida por unos segundos la supuesta posesión, me preguntó en voz baja: "¿Tú ya le diste unos pesos a Shangó?". Ése era al parecer el objetivo: ganarse unos dineros por medio de los dioses.

Lo cierto es que, desde aquel día, no hay discurso político ni promesa de reforma en ciernes que no me traiga de inmediato a la mente el avispado ojito de la convulsa vieja, recordándome que el teatro no tiene otra finalidad que disfrazar las intenciones, en general con rentabilidad de por medio para quienes están en el ajo y hacen posible, por acción u omisión, el beneficio a costa de doctrinos como nosotros. Sea aquí o en cayo Gramma. Y que las sintonías, incluso con el más allá, se subordinan a imperativos del más acá: Kamasutra mucho más placentero que enredarse en los últimos avances de la genética o, si hay creencias de por medio, en busca de unos dólares llovidos del cielo. Por lo demás, mucho me temo que las cosas continúen en parecida línea bajo cualquier mandato; sea el de Raúl Castro, Trump, Rajoy o Perico de los palotes. Es lo que tiene la picaresca, y no sólo la cubana, cuando ocurre al amparo de una ética tupida (por obstruida, como dicen allí). Tremendo aprendizaje una vez superado el pasmo, ya les digo.

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