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José Carlos Llop

Las cosas en su sitio

Hoy hace un siglo que nació la escritora mexicana Elena Garro. Elena Garro era una mujer culta, inteligente y valiente. Valiente en el mismo sentido que valiente fue Albert Camus. Hoy todo el mundo se llena la boca de Camus, pero apenas nadie se posiciona ante la realidad social como lo hizo siempre Camus. Pegar un mamporro al aire contra Trump -por muchos que se merezca- es demasiado fácil, como lo es hacerlo contra los árboles -o arbustos- caídos; cuestionar las cosas que pasan en casa, a la contra del parecer dominante, es más complejo y costoso. Y cuestionar el poder que pasa por no serlo, también. Elena Garro perteneció a esa familia de muy pocos que se atreven a hacerlo. No dejarse llevar por lo que se quiere escuchar. No bajar la exigencia con el fin de obtener el favor -y a veces el fervor- de la masa. No mirar el presente con anteojeras, ni torcer la realidad para que coincida con nuestro deseo y, sobre todo, con nuestras ambiciones. Todo esto es difícil y lo hizo Elena Garro, sin dejar de aplicar también esos parámetros a sí misma y con pocas concesiones. Le costó lo suyo el empeño.

Cuando la matanza de estudiantes en la plaza de Tlatelolco en 1968, la voz de Elena Garro fue una voz solitaria. Atacó al presidente y al gobierno -como hicieron los demás-, pero también criticó a los intelectuales mexicanos que alimentaron la rebelión de los estudiantes. No exactamente su rebelión sino la forma de esa rebelión, la que los condujo a la muerte por decenas, mientras sus agitadores se quedaban en casa charlando por teléfono. Esto representó su condena en vida para la intelligentsia de su país y de otros países americanos. Su persona y su obra quedaron como envueltas en la niebla y por supuesto en la mentira, que es el arma política de los que carecen de escrúpulos. Usada encima con el aplomo de quien dice que sólo dice la verdad y que la verdad es sólo suya. En fin.

Elena Garro -a quien se comparaba con Juan Rulfo- había publicado entonces una novela, Recuerdos del porvenir, que se tenía por la novela pionera del realismo mágico: faltaban cuatro años para que apareciera Cien años de soledad. Y aunque también es verdad que esta condición se le ha atribuido a veces a Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Sánchez Ferlosio, y que cuatro años en literatura suelen perderse en el tiempo, la novela de Garro fue apeada de su podio iniciático y ella tratada como una apátrida. Fuera del discurso oficial no era nadie. Y acabó yéndose de su país, no sin antes perder esa condición camusiana que cité al principio por sus alianzas con algunos personajes del PRI.

No he dicho que Garro se había casado con Octavio Paz y se había separado de Octavio Paz. De hecho cuando Paz visitó Mallorca en compañía de Bona de Pisis, la mujer de André Pieyre de Mandiargues -que según nos contaba Cristóbal Serra, que los trató, era strip-teaseuse profesional- ya estaban separados y Elena Garro vivía -como aseguró en tantas ocasiones- 'contra él'. La turbulencia de su carácter y lo injusto de su destino favoreció que ese sentimiento no desapareciera nunca. A cambio, Borges siempre la veneró como escritora, pues ya sabemos que Borges, a las mujeres -excepción hecha de su madre- las veneraba sólo literariamente. Pero Borges tenía a Adolfo Bioy Casares, su mejor amigo y de más duración en el tiempo. Bioy estaba casado con Silvina Ocampo -hermana de la gran Victoria Ocampo, que fundó Sur, fue protectora de los mejores escritores argentinos de la época, apoyó a Gombrowicz cuando no era nadie y le tiró los tejos, harta de su retórica en el jardín, a Ortega y Gasset-. Las hermanas Ocampo eran guapas, adineradas y viajaban a Europa -como otros millonarios argentinos de entreguerras- con su propia vaca en el transatlántico: así bebían la leche de siempre. Victoria era de carácter muy potente; Silvina fue más frágil y complicada; desequilibrada incluso. También era escritora y se enamoró de Bioy, que jugaba al polo y era guapo y encantador, además de lo que los franceses llaman un homme à femmes. Ahí es donde entra Elena Garro, que en Buenos Aires cayó en los brazos del guapo Bioy, como habían caído otras y caerían aún bastantes más. Aunque Bioy jamás se separó de su mujer -como tampoco de Borges- y cuidó de ella hasta el final.

Todo esto está bien saberlo porque ya decía Marcel Proust, barriendo para casa, que la historia de la literatura es la historia del cotilleo. Pero ojo, Proust hablaba de 'la historia' de la literatura, no de la literatura en sí, por mucho que su modelo fueran las Memorias del duque de Saint-Simon. Y son demasiados los que hoy en día se confunden, olvidando que el amor es cosa de dos y la literatura no. Quizá Elena Garro también olvidó eso, viviendo su vida de divorciada contra Octavio Paz. Quizá Paz tampoco se portó bien con ella después de Tlatelolco, mezclando divorcio e ideas políticas, un mal cóctel que da resaca toda la vida. Lo cierto es que entre unos y otros, Elena Garro pasó al segundo plano de los complicados y turbios -su carácter fue volviéndose autodestructivo-, cuando no al mero mundo de las anécdotas pasadas. Y es malo -aunque a veces se crea lo contrario- cuando a un escritor le puede el personaje sobre la obra. No todos saben ser Valle Inclán y jugar excelentemente en los dos campos.

Hace pocos años, en México y como un acto de reparación empezó a hablarse del 'asesinato' de Elena Garro, forma metafórica de referirse a su ninguneo a manos de algunos de los más conocidos escritores y periodistas mexicanos. A manos, en fin, de la cultura oficial, que antes había sido oficiosa pero acabó asaltando el poder y no quería críticas cerca. La arrojaron al vacío y algunos empezarían años después a escribir sobre eso (la premio Cervantes Elena Poniatowska entre ellos). Pero después de la muerte -real, no metafórica- de Elena Garro, sus libros han ido, poco a poco, llenando ese vacío y recuperando el lugar que les correspondía por derecho propio. Aunque a veces -como ha ocurrido en España recientemente- los cubran con una faja tan innoblemente oportunista como ésta: 'Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges'. Sólo se salva -si hablamos de literatura- lo de 'admirada por Borges'. El resto -si hablamos de literatura- es tan gratuito como mezquino. Y en el fondo, le resta méritos pues habla de ella en función de su vida privada y no de su escritura. En función de, digamos, sus hombres y no de ella misma. Ante las protestas -que han recorrido todo el mundo de la cultura hispana- los editores han acabado retirando dicha faja.

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