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Eduardo Jordà

Liquidación de existencias

En estos últimos años todos hemos visto cientos de carteles así: "Últimos días. Liquidación de existencias por cierre de negocio". El último cartel que vi estaba en una tienda de artículos para bebé. Saqué el móvil y empecé a hacer fotos del escaparate, pensando que estaba fotografiando un vestigio de una civilización de otra época (como si alguien, hace cien años, se hubiera propuesto fotografiar una de las últimas farolas de gas o uno de los últimos tranvías tirados por mulas). Incluso los nombres de los productos que se exhibían parecían pertenecer a un lenguaje que ya casi nadie habla: cabeceros de fantasía, zapatitos de niño, papel pintado para dormitorios infantiles, portabebés?

¿Qué catálogo online usa el diminutivo "zapatitos de niño"? ¿Y quién dice ahora "cabeceros de fantasía", si no es en una novela de Harry Potter o en una película retro-futurista? En los catálogos de Ikea, los cabeceros se llaman Berkkestua o Borgann (o cosas aún más raras). Y en los catálogos de venta online se anuncian cabeceros Princesa o cabeceros Anastasia, pero no cabeceros de fantasía. Los catálogos están redactados por alguien que no tiene ninguna relación especial con las cosas que vende dentro de poco probablemente los escribirá un robot lingüístico inventado por Google, mientras que el escaparate de la tienda estaba decorado por alguien que había dedicado una gran parte de su vida a vender esas cosas. Estoy seguro de que el dueño de ese comercio no sólo tenía un apego especial a los productos que vendía, sino que los conocía bien y podía aconsejar de la mejor manera sobre sus ventajas e inconvenientes. Y lo mismo podría decirse de los libreros o de los ferreteros que a duras penas consiguen mantener en pie sus negocios. Pero, Internet y los nuevos hábitos urbanos están haciendo desaparecer ese mundo de pequeños comercios con los que una familia o incluso varias podían llevar una existencia digna vendiendo libros o artículos para bebés.

Es evidente que ese mundo se está viniendo abajo y es improbable que dure mucho más de diez o quince años. Y cada vez veremos más carteles con esa trágica frase, "Liquidación de existencias", que nos provoca un escalofrío casi existencial porque todos sabemos que nuestra existencia también va a ser liquidada algún día. Los escritores sabemos lo mal que se pasa cuando llega una carta de la editorial que nos anuncia que nuestros libros "van a ser liquidados". Liquidados, claro está, significa que van a ser destruidos. Y todos sabemos el matiz siniestro que tiene el verbo "liquidar" cuando se aplica a la eliminación física de un adversario. En lenguaje mercantil, se liquidaba una deuda o se liquidaban las existencias de un negocio. Pero hacia 1924 los gánsters americanos empezaron a usar el verbo con un sentido mucho más siniestro: "liquidar" significaba matar a alguien, sólo que usando un eufemismo que pretendía enmascarar la fea verdad con un falso matiz administrativo. Los gánsters, por lo que he leído, tomaron la palabra de la Revolución soviética. En la jerga revolucionaria, la eliminación de los "enemigos del pueblo" se denominaba con un eufemismo administrativo, likvidirovat, que significaba eso mismo, liquidación, sólo que en este caso se trataba de millones de existencias individuales en vez de simples productos mercantiles. El siglo XX, ahora ya lo sabemos, ha sido el periodo histórico de las grandes liquidaciones de masas.

Me pregunto si vamos a echar de menos la existencia del pequeño comercio. En realidad, los comerciantes nunca han tenido buena fama, y de hecho en Mallorca se usa aún el calificativo de "fenicio"

la civilización comercial por antonomasia para referirnos a los seres insensibles y codiciosos que no aman su tierra y la traicionan con suma facilidad. Es curioso, porque la civilización fenicia fue una de las más pacíficas que se conocen, ya que en vez de conquistar otros países y someterlos se limitaba a establecer pequeñas colonias que sólo se dedicaban a los intercambios comerciales. Y aun así, nadie toma a los fenicios por una de las grandes civilizaciones de la historia, pese a que inventaron el alfabeto que ahora usamos y no guerrearon ni masacraron a nadie. Pero el odio al comerciante que vive de las plusvalías se ha infiltrado en nuestra sociedad. De hecho, el rechazo a todo lo que signifique pactar y transigir en materias ideológicas es una herencia del rechazo atávico a las prácticas comerciales, que se basan justamente en la componenda y la transacción. Y si bien se mira, el nazismo y el comunismo, los dos regímenes políticos que se dedicaron a la liquidación masiva de existencias (humanas, se entiende), compartían el mismo odio furibundo contra los pequeños burgueses y los comerciantes y tenderos. Razón de más para echar de menos a esos comercios que ahora mismo están liquidando existencias.

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