La semana por la que estamos transitando registra, como se sabe, dos días festivos, ubicados estratégicamente en martes y en jueves. Caben, pues, todas las combinaciones de puentes posibles: habrá quien descanse lunes, miércoles y viernes, y, seguramente, quien elija cualquier otra combinación. Todo intento de coordinar el sistema productivo o de planificar los negocios relacionados con el ocio será en vano. Parece inevitable que se produzca un verdadero caos que afecte a la productividad durante toda la semana.
El problema viene de lejos, ya que desde hace décadas se ha anunciado la intención de regular los puentes, desplazando los festivos al fin de semana. Pero nadie hasta el momento se ha atrevido a tomar medidas en esta dirección, quizá por no cargar con la impopularidad que acarrearía la imposición de una mínima disciplina. Lo cual no deja de ser curioso porque la UE nos controla hasta la luz del sol nos cambia dos veces al año el horario para que nos acomodemos mejor a la claridad diurna con la aquiescencia de los Estados, pero nadie parece ser capaz de ordenar los festivos con criterios de sentido común?
Es respetable la idea de que el Estado tiene que inmiscuirse lo menos posible en la vida de los ciudadanos, pero en todo caso parece razonable pensar que ese aparato burocrático que con tanta frecuencia se excede en el control de asuntos que no le incumben en absoluto tenga que servir para ordenar lo desordenado. Pero no parece que haya gran demanda de ello. Seguramente nos agrada convivir con el desorden y la improvisación.
